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En estas épocas tristes,
Exaltación de lo ruin,
Aguas en que solo el corcho
Flota por vano y por vil.
José María Gurría Urgel

De 1867 (República restaurada) a la fecha podemos identificar seis personajes que buscaron en varias ocasiones ser presidentes de México. Benito Juárez, interino en 1858, fue electo y reelecto en 1867 y 1871. Sebastián Lerdo de Tejada perdió en 1871, ganó en 1872 y la reelección en 1876. Porfirio Díaz perdió en 1867, en 1871 y en 1872, en 1876 llegó por un golpe de Estado y se reeligió hasta 1911 en que renunció. Álvaro Obregón ganó en 1920 y en 1928, cuando fue asesinado. Cuauhtémoc Cárdenas perdió una cuestionada elección en 1988, volvió a perder en 1994 y en 2000. Y Andrés Manuel López Obrador perdió en 2006, en 2012 y ganó en forma contundente en 2018.

Esos son los más perseverantes en sus intentos para asumir la titularidad del ejecutivo federal en nuestra historia. La pregunta en el último caso es ¿para qué?

Nadie puede negarle a nuestro presidente su denuedo para alcanzar un propósito y su obsesión por dejar una huella trascendente de su desempeño. Lo malo está en que cada vez es más evidente que los resultados de su gestión son y serán profundamente dañinos para México. Enfoco el tema del retroceso de nuestro Estado de derecho y del proceso electoral en el que ya estamos inmersos.

MORENA, con candidatos cuestionados y postulados con mínimos métodos democráticos, apuesta a obtener triunfos con tres recursos.

  1. La inercia del triunfo del 2018 vinculada con el nombre de su jefe.
  2. Los programas asistenciales que han degenerado en burdas formas clientelares.
  3. Los apoyos gubernamentales involucrando grandes recursos económicos y todo el aparato gubernamental para lograr la preferencia del voto.

Nuevamente, ¿para qué y a qué precio?

Enrique Cárdenas Sánchez, poblano ejemplar, señala: “Quien está dispuesto a hacer lo que sea con tal de ganar una elección no merece al cargo al que aspira”. Carlos Castillo Peraza describía la decadencia de un partido: “una organización sin alma se muere de sí misma, se carcome a si misma: es una serpiente que se muerde la cola”.

AMLO está dispuesto a todo con tal de obtener un triunfo electoral el próximo 6 de junio. Desde luego que lo puede lograr, pero su partido es un cascaron vacío. Carece de principios y propuestas, por eso está cavando su tumba.

De lo anterior se desprenden dos escenarios nada halagüeños. Un triunfo del partido en el poder, con serias impugnaciones que sería el preludio de una confrontación enconada, o una derrota que acotaría seriamente el poder presidencial ocupado por un personaje que se niega al dialogo y a la concertación y que invariablemente quiere imponer sus ocurrencias e improvisaciones.

Bien lo dice Porfirio Muñoz Ledo, estamos ante una grave degradación de la política y con el riesgo inminente de retroceso, no al viejo PRI en el que militamos Muñoz Ledo, AMLO y yo, sino a algo mucho, peor: el desorden y la anarquía. AMLO es el campeón de la conversión. De denodado demócrata a autoritario pertinaz

No soy catastrofista ni aguafiestas, ha sucedido aquí y en otras naciones, sería irresponsable no advertirlo. Por eso es necesario reflexionar sobre las tareas a emprender después de la elección.

Lo primero es el rescate de la deliberación en la próxima legislatura. Descarto la posibilidad de elaborar una nueva constitución. Simplemente no hay las condiciones mínimas para intentarlo. Creo que el objetivo más trascendente es el fortalecimiento de nuestra cultura de la legalidad. Hoy más que nunca es vigente el pensamiento de Manuel Gómez Morín: “Porque no es escribiendo leyes en el papel, sino grabándolas en el bronce de la conciencia nacional, como se enaltece y se hace libre a un pueblo”.

El artículo 49 de nuestra Constitución expresa “El Supremo Poder de la Federación se divide para su ejercicio en legislativo, ejecutivo y judicial”, el principio es claro: el poder es uno. Si falla, falla el Estado en su integridad.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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