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Cierta vez, en Nueva York, Umberto Eco se topó con un taxista paquistaní muy parlanchín que aparentemente nunca había pasado por Mulberry, entre Broome y Canal. Curioso, quería saber todo sobre los italianos, qué idioma hablaban, cuántos eran, quiénes eran sus enemigos. La última pregunta tomó desprevenido al piamontés. ¿Enemigos? ¡Los italianos no tenían enemigos! Los habían tenido antes, pero de aquello hacía mucho tiempo; su última guerra había sido hacía medio siglo y la habían empezado con un adversario y terminado con otro.

Aquel episodio condujo a Eco a una reflexión profunda: ¡qué desgracia para su nación no tener enemigos! Escribió:

“Tener uno es importante para definir nuestra identidad y para procurarnos un obstáculo respecto a cual medir nuestro sistema de valores […] Si no existe, es preciso construirlo”. (Construir al enemigo, 2011)

Durante una década larga, desde los días del desafuero, Andrés Manuel López Obrador fue construyéndose un enemigo ad hoc que justificaba su papel en la historia nacional. El fenómeno AMLO nunca hubiera sido posible sin la-mafia-del-poder; la esperanza del cambio verdadero, del gobierno honesto, transparente, austero hubiera sido inocua si los adversarios no representaran lo opuesto, el statu quo indeseable, la corrupción, la simulación, la opulencia.

Después de no dejar títere sin cabeza en 2018, el ingenioso hidalgo López Obrador perdió el elemento discursivo que daba cohesión a su causa, que alineaba a sus huestes en un objetivo común. Cuando parecía que ya no quedaban cogotes por quebrar, sin embargo, Felipe Calderón asomó la nariz; el hiperactivismo político el expresidente espurio lo convirtió en el perfecto muñeco de las cachetadas: el comandante Borolas –¡paf!–, García Luna –¡paf–, Iberdrola –¡paf!–. (¿Peña? ¿Cuál Peña?)

Si a López Obrador, FeCal le es útil, además de para zangolotearlo, para dividir voto del PAN en las elecciones intermedias de 2021, lo sabremos cuando el TEPJF resuelva la patata caliente de la impugnación presentada por Libertad y Responsabilidad Democrática A.C. (México Libre, Cuba Libre, Nuevo Cartel de Sinaloa) a fin de que se revoque la decisión del INE relativa a la negación de su registro como partido político. Es por todos sabido de qué lado mascan los magistrados del Tribunal.

Nada tonto, FeCal, por su parte, le ha puesto a López Obrador la otra mejilla –¡paf, paf!–: históricamente, tumbarse voluntariamente en la piedra sacrificial siempre ha sido políticamente redituable. ¿O no la propia mitología lopezobradorista se construyó a partir del infame proceso de desafuero, de la persecución política y de la campaña de desprestigio de los medios de comunicación y de los grandes grupos empresariales que tienen detrás?

El liderazgo del muy crecidito FeCal, no obstante, es meramente circunstancial, resultado colateral de la matanza de los monigotes de maese Pedro: el menos adecuado de los opositores es el más activo de una oposición débil, desdibujada, electoral y moralmente derrotada; una de abajofirmantes a quienes no une otra coincidencia que el desprecio al rival en común. No hay entre sus filas animales políticos que planten cara seriamente al grupo político hegemónico.

(Qué pena, dicho sea de paso que así sea: bien le vendría al país una oposición seria que contribuyera a elevar el nivel de la política nacional, cosa imposible si la pretende liderar uno con una reservación pendiente en el MDC Brooklyn).

No hay héroes, pues, sin villanos. ¡Qué más da si estos son dignos o indignos, enanos o gigantes, reales o imaginarios!

“¡Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete!”

Por: Francisco Baeza

Twitter: @paco_baeza_

Por IsAdmin

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