A unos días de cumplir años, he decidido no esperar flores que se marchiten ni regalos envueltos en compromisos sociales. No espero fiestas prolongadas ni discursos improvisados. Hoy me regalo a mí misma esta reflexión con la certeza de que no estoy buscando agradar, sino porque estoy encontrándome con mi verdad.
Mi nombre es Alejandra Fonseca Venegas. Soy mujer, periodista, activista, y orgullosamente parte de la tercera edad. He caminado muchas vidas dentro de esta única vida, y si algo he aprendido es que llegar hasta aquí no es una derrota del tiempo, sino una conquista del carácter que tiene alma.
No calzo con todos. No me interesa hacerlo. Durante años me esforcé por comprender de qué estaba hecha esta sociedad y lo que tomaba encajar, cumplir para sostener lo insostenible. Hoy sé que no pertenecer a lo establecido es una forma de libertad. He pasado por lo difícil, como tantos, pero no es la herida lo que me define, sino la forma en que la miro, la sano, la abrazo, y sigo adelante con mi cicatriz.
Dejé atrás los tintes, los maquillajes, las apariencias. Mi rostro -con sus líneas, manchas y silencios-, es testigo de lo vivido, no un problema a corregir. Dejo que mis canas hablen de mi historia sin pedirle permiso a nadie. Porque esta edad no es el ocaso; es el momento exacto donde por fin entendí quién soy sin el ruido de lo que esperan de mí.
Sigo escribiendo porque tengo muchas cosas qué decir. Sigo bailando porque mi cuerpo es mi forma de resistencia. Admiro a las nuevas generaciones llenas de energía porque “elles” me contienen y el futuro me importa. Pero sobre todo tengo la certeza de que la experiencia tiene un lugar digno y urgente en esta sociedad que tanto corre y tan poco escucha.
No me muevo por miedo y nunca me he callado por comodidad. No estoy dispuesta a participar en teatros sociales donde el poder se disfraza de razón y la hipocresía se maquilla de cortesía. Odio la simulación. Odio ese miedo que intentan sembrar en nosotros, al querer hacernos creer que su voz vale más que la de los demás por tener un cargo o un título. Yo elijo el valor de lo humano, de lo honesto, de lo valioso, y lo incomodo si es necesario, porque muchas veces, es obligado.
Hoy me celebro. No por vanidad sino por gratitud. Me celebro porque existo con dignidad, porque me habito con libertad, porque me elijo por convicción. No vine a ser parte del decorado en la vida de los demás. Vine a estar plenamente en la mía. Sin fingir, sin pedir permiso, sin traicionarme.
Este no es sólo un artículo. Es una declaración de vida. Es una carta a mí misma, a mi carácter que ha develado su alma; es el manifiesto de que he vivido lo suficiente para decidir no tener miedo a ser. Aquí estoy. Completa. Imperfecta. Viva. Y profundamente despierta.
Y si a alguien le incomoda esta verdad serena, quizás es porque aún no se atreve a encontrar la suya.
Es cuánto.
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