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Solo la justa traducción de las necesidades de la sociedad puede hacer legítimo un gobierno
Marcel Gauchet

“El Estado es una unidad de decisión y acción”, escribe Herman Heller y, a mi juicio, dos eventos son los más relevantes para evaluar a un gobierno: la selección de los funcionarios y las prioridades en la elaboración del presupuesto.

En el PRI del siglo XX, de alguna manera se hacía un ejercicio para designar a quienes se aproximaban al perfil del cargo. Podríamos mencionar muchos ejemplos exitosos. En los gobiernos panistas, sobre todo en el caso de Vicente Fox, se continuó con esta política. El gobierno actual le dio un giro al orientarse por la lealtad y garantizando sumisión y obediencia. Desde luego, con honrosas excepciones.

En cuanto al presupuesto, desde que surgió el Parlamento, el tema central era y es el cuestionamiento de cómo se gastan los dineros del pueblo y el posible fincamiento de responsabilidades. La discusión reciente en la Cámara de Diputados fue un espectáculo bochornoso. Ni remotamente podría calificarse de una deliberación de profesionales, auténticos representantes de la nación. Nuevamente, con notables excepciones.

Toda la teoría política se sintetiza en una premisa muy simple: el hombre con poder es peligroso. Primero fueron los monarcas y emperadores que degeneraron en tiranos. En el siglo XIX se les revistió de una fachada ideológica. El marxismo les vino como anillo al dedo para justificar los abusos del poder. La humanidad padeció después el nazismo y el fascismo. El siglo XXI nos amenaza con algo aparentemente novedoso, el populismo.

Hace algunos años, Samuel Huntington hablaba de las olas y las contra olas de la democracia. Le entusiasmaba la tercera ola que según él inició con la Revolución de los claveles en Portugal (1974) y que todo indica, concluyó en 1999 con el arribo al poder de Hugo Chávez en Venezuela (escasos 25 años).

El atorón de la Constitución Europea (2004-2007) que no pasó la aduana ciudadana, el fracaso de la primavera árabe (2010-2012), denominada ilusamente “Revolución de los jazmines”, el movimiento de los indignados en España (2011), el apoyo al Brexit en Gran Bretaña (2015) y el triunfo de Donald Trump (2016), agregados a otros casos como Polonia, Hungría, Bielorrusia y Turquía, me temo que lo confirman. América Latina da muestras de deterioro y decadencia.

En nuestro caso, celebramos una transición pacífica y con estabilidad como consecuencia de los acuerdos del PRI y el PAN. Hoy las señales de retroceso son claras.

Soy partidario de la democracia representativa. Es más, considero que las formas de la democracia directa destruyen instituciones y fortalecen la concentración del poder. Los ejemplos sobran.

Volviendo al presupuesto, los mensajes son claros. Su carácter inercial, electorero, partidista, son evidentes. Todo está orientado a la elección de 2024. Son incontables las voces críticas que señalan obras majestuosas pero inútiles, ahorros mal entendidos, un combate a la corrupción costosísimo y estéril, entre otras observaciones.

Lo he dicho en repetidas ocasiones, la función más importante del Poder Legislativo no es legislar, sino controlar el poder. Ese es su origen y su destino. Una asamblea de 500 diputados (debido a la reforma de 1986 que aumentó 100 integrantes más) no es el mejor escenario para un debate racional y mesurado.

Morena no ha entendido su papel como partido en el poder. Su desempeño consiste en una permanente agresión a las instituciones en lugar de consolidarlas. De las intervenciones del fin de semana no se desprende una defensa congruente de las políticas del actual gobierno. Más bien refleja un vacío muy grave para una organización que pretende continuar en el poder.

Grave también, por último, la indiferencia de la ciudadanía. Una democracia no puede avanzar en lo que John Dewey llamó “el eclipse de lo público”. Hacer pública la vida pública, reclamo de don Daniel Cosío Villegas, sigue siendo la exigencia.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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