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Entramos en el caos de las ideas y es a lo que la prostitución de las palabras nos encamina
Albert Caraco

Por cuestión de principios, mi solidaridad con Enrique Krauze

Coincidimos (en algo tenemos que hacerlo) en lo muchas veces dicho: los cambios económicos se hacen en unos cuantos años, los políticos requieren más tiempo; los culturales son de larga maduración, se necesitan varias generaciones, exigen actitudes, conductas, valores, convicciones arraigadas, prácticas cotidianas. A eso se refería Carlos Castillo Peraza cuando hablaba del “pequeño priista” que todos llevamos dentro.

Efectivamente, el sistema político producto de la Revolución mexicana tenía una forma de hacer política. Sí, lo malo nunca acaba de morir, pero no todo lo de aquel periodo (que dio estabilidad y desarrollo económico) fue malo ni todo lo que estamos viviendo con enorme desasosiego ha sido heredado. Hubo en aquella tan vilipendiada etapa algunas formas que dieron resultado y hoy hemos olvidado. Destaco algunas.

La designación de personajes acreditados profesionalmente, hábiles negociadores y con gran prestigio como secretarios de Hacienda, con amplias atribuciones para manejar la política económica. De hecho era una tradición que viene de la Colonia. Lázaro Cárdenas, sin una relación personal previa, al rompimiento con el entonces jefe máximo Plutarco Elías Calles, designó en el cargo a Eduardo Suárez. Démosle la palabra:

El haber podido sortear la gran depresión económica que amenazó al país a raíz de la expropiación petrolera; haber contribuido, allegando los recursos necesarios, para la importante obra constructiva realizada por el gobierno con la colaboración de la iniciativa privada durante los dos periodos en los que tuve la honra de servir; haber logrado implantar sobre bases sólidas el crédito exterior mediante arreglos favorables llevados a cabo con nuestros acreedores extranjeros…

Ahí está plasmado lo hecho por décadas. No me alcanza el espacio para relatar lo aportado en cada sexenio. Me remito a dos anécdotas. Adolfo López Mateos, ante las posibles inversiones, solía responder, “Eso no me lo autoriza el secretario de Hacienda” (Antonio Ortiz Mena). Saque sus conclusiones. Vicente Fox respetó ese método al designar a Francisco Gil Díaz, lo cual no fue del agrado de muchos panistas. A pesar de alguna actitud un tanto soberbia del destacado economista, permaneció los seis años en el cargo para dar certidumbre y confianza.

El presidente López Obrador siguió esta tradición al designar a Carlos Urzúa, pero no lo respetó en sus funciones. Cometió el mismo grave error de Luis Echeverría con la renuncia de Hugo B. Margáin. Hoy, es patético el desempeño de Arturo Herrera quien con su rostro afligido lo dice todo.

Al viejo PRI se le hacen muchos señalamientos, menos la falta de manejo político. No hay duda de que el contraste con lo que acontece es abismal. La reciente declaración presidencial de guerra eligiendo su trinchera es la mayor torpeza política en nuestros 200 años de vida independiente.

Por último, haría alusión a la comunicación. En la época priista (no la de Peña Nieto) se manejaba un discurso político hoy ausente. Nadie sabe qué es exactamente la 4T.

Ya lo hemos dicho, lo malo, no es malo por viejo ni lo nuevo es bueno por nuevo. El sistema al que me refiero fue notoriamente realista, tal vez en exceso y el actual mandatario se ha desenchufado de la realidad.

Es cierto, todos llevamos dentro un pequeño priista y no nos adaptamos a una democracia que por desgracia está fracasando. No vemos hoy un renacimiento de algo caduco, sino un nuevo capítulo de la novela latinoamericana que inicia con el Tirano Banderas de Valle-Inclán y El señor presidente de Miguel Ángel Asturias y continúa con otros muchos en el intento inacabado de retratar el alma del hombre obsesionado con el poder.

Termino con una frase de Castillo Peraza: “La violencia es el fracaso de la política y la política solo fracasa si fracasa la palabra”.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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