Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre albedrío
Carlos Marx
Darle al PAN vocación de poder y posibilidad de obtenerlo no fue un proceso terso. Podría decirse que sus primeros 23 años fueron más un testimonio de voces discrepantes, que una opción partidista. Incluso muchos estudiosos se preguntan cómo pudo existir sin obtener triunfos electorales. Uno de sus dirigentes, José González Torres, lo concebía más como conciencia crítica o dique de contención, que como instrumento para arribar al poder. Se fue forjando un cierto desprecio hacia el político profesional y la participación concebida como un apostolado, un deber agobiante, una tarea tediosa.
Fue hasta 1962 cuando Adolfo Christlieb Ibarrola, lo hizo un verdadero partido político. 20 años después, con el rompimiento de la iniciativa privada con el partido oficial por la expropiación de la banca, el PAN se fortaleció con el arribo de líderes con ambición de poder, carismáticos y con recursos económicos: los neopanistas o bárbaros del norte. La confrontación no fue suave, dándose algo normal, el choque entre idealistas y pragmáticos.
Otro evento consolidó su ascenso. Ante la torpeza y falta de vocación democrática de la denominada izquierda, Acción Nacional aprovechó la coyuntura de 1988 para impulsar el avance de nuestra transición. Eso explica por qué obtuvo la presidencia de la República en el 2000. El caso es que, en los tres niveles de gobierno, el PAN ha tenido el poder. ¿Cuál ha sido su desempeño?
De entrada, me atrevo a afirmar que ha tenido un saldo escasamente positivo, aunque sí realizó el quehacer gubernamental de forma distinta. Focalizo mi análisis en dos periodos presidenciales.
De inicio, ocurrió lo usual en toda transición democrática: estar por debajo de las expectativas. Como dije en alguna ocasión, pudiendo haber hecho tanto nos atrevimos a tan poco. O en palabras de José Vasconcelos, “Tremenda responsabilidad haber despertado en vano la esperanza”.
Varios problemas son graves en el PAN: falta de oficio político y, debido a ello, ausencia de dedicación continua a la participación. También hay falta de malicia; esto es, la subestimación del contrario para hacer el mal. La inhabilidad para comunicar sus logros ha sido patética. Descuidó algo que lo marcaba en su historia: dar el debate, defender ideas. Se abandonó su legado más importante: cuidar sus victorias culturales, sus principios y tradiciones. Tampoco se cumplió con un deber fundamental: atacar la corrupción y desmantelar las estructuras corporativas. A mi juicio, salió mejor librado Vicente Fox que Felipe Calderón. El primero sacó al PRI de Los Pinos y le entregó el poder a un correligionario. El segundo inició torpemente una guerra y causó serios daños a su partido, al avasallarlo y convertirse en señor de horca y cuchillo; su intento por imponer sucesor y sus acuerdos inmorales con ciertas corrientes políticas llevaron al PAN a la derrota.
En descargo de la actuación panista, hay que señalar algo: el Congreso mexicano ha sido terriblemente severo en tres ocasiones con el Ejecutivo: Benito Juárez, Francisco I. Madero y con los dos presidentes panistas. Los legisladores sabían de la necesidad urgente de las reformas propuestas por ellos, pero las evitaron a toda costa. Prevaleció el espíritu faccioso tan ominoso en nuestra historia. Para dañar al partido en el poder, PRI y PRD evitaron cambios que posterior y tardíamente se hicieron.
Termino con una cita que le escuché a un gran mexicano, Efraín González Morfín, inspirada en un discurso de Demóstenes: “Si hubiéramos hecho lo que debimos haber hecho y estuviéramos como estamos, no habría esperanza. Pero como no hicimos lo que debimos haber hecho, hay esperanza”.
Para enfrentar la mayor amenaza que se cierne sobre nuestra atribulada democracia y las instituciones de nuestro sistema jurídico-político, sigo sosteniendo que el PAN es la opción menos mala.
Por: Juan José Rodríguez Prats