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Los hombres muertos caminan esparcidos en los hombres vivos, los hombres vivos sueñan apoyando las sienes en los hombres muertos
José Carlos Becerra

El interés nacional se impone como esencial prioridad. Se trata de conservar lo heredado, resistir la embestida de las dos mayores amenazas que se ciernen sobre los Estados cuando las crisis se agravan, como en nuestro caso: el autoritarismo obstinado en concentrar el poder y, paradójicamente, la anarquía latente en el desorden y en la carencia de una conducción coordinada y eficaz para superar el desastre en el que estamos. Se trata de perseverar en el respeto a las instituciones, ser resiliente ante la adversidad en salud, seguridad, economía, educación, cultura, etc.

Desdeñar la realidad y no asumir responsabilidades es una actitud suicida. Hacer a un lado la memoria es soslayar el cumplimiento de deberes. En esta angustiosa circunstancia, urge insistir en los principios primigenios de toda organización política. En algo debemos coincidir. Intento definirlo, aludiendo a algunos ejemplos y experiencias.

Al reinstalarse la democracia en Chile, Patricio Aylwin, gran político humanista, expuso tres enunciados para orientar su gobierno: “Que se sepa toda la verdad, toda la justicia que sea posible, hagamos un ejercicio de reconciliación”. La clase política alcanzó un acuerdo en torno a cuatro ideas: “Somos adversarios que tenemos que entendernos, no enemigos que nos empecinemos en extinguirnos en confrontaciones por el poder; deslindemos política y economía y evitemos el contagio; no todo debe ser partidizado, hay políticas públicas que permiten el consenso; demos preeminencia al interés nacional”.

El debate es tan añejo como el origen del zoon politikon de Aristóteles. Anotaría una polémica famosa, sostenida 63 años antes de Cristo en el Senado romano: Catilina pretendía subvertir el orden público y Cicerón defendía las instituciones.

A los mexicanos siempre se nos ha dificultado ponernos de acuerdo. No es asunto sólo de propuestas divergentes. Exige calidad humana, virtudes elementales como humildad, generosidad, tolerancia, percepción correcta de los hechos, conciencia de nuestros compromisos con las generaciones de antes y venideras.

Como diputado, aún recuerdo el debate del presupuesto de 1998 para incluir la partida para respaldar la deuda contraída por el gobierno de Ernesto Zedillo, derivada del error de diciembre de 1994, el fideicomiso del Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa). Dos posiciones se decantaron con claridad: “Hágase justicia, aunque perezca el mundo”, la máxima de Trajano vs “El fin justifica los medios”, anotación que escribiera Napoleón sobre El príncipe de Maquiavelo. Si se hubiera rechazado el proyecto de presupuesto, las consecuencias habrían sido catastróficas. Cierto, muchos delitos quedaron impunes, pero se conservó la estabilidad macroeconómica, se protegió a los 16 millones de cuentahabientes y en un sexenio se superó la situación de emergencia. Por muchos años se ha reclamado, principalmente al PAN, la decisión tomada. No tengo ninguna duda, prevaleció el interés nacional.

Podría recordar muchos casos, recordando a un gran legislador, Juan José Hinojosa, quien solía decir que el Parlamento es el recinto donde se reúnen los adversarios para que emanen acuerdos. Agregaría que también es el contrapoder, como lo define Diego Valadés, para garantizar el Estado de derecho.

Una tarea de los parlamentos es ponderar el desempeño de los funcionarios públicos. Sin duda, la incompetencia campea en las distintas dependencias gubernamentales. El ajuste es necesario y urgente. En unos días se elegirán los consejeros del INE. Garantizar su atinada integración es condición imprescindible para conducir el proceso electoral del año próximo.

Cuando las crisis tienen soluciones tan obvias, es porque su peligrosidad es descomunal. Hagamos el ejercicio de darle preeminencia al interés nacional.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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