Con la serie de políticas económicas que ha seguido esta administración, el gobierno se ha atado de manos y se enfrenta a dos contradicciones, en medio de una situación internacional adversa que se aproxima. La primera es de finanzas públicas. Con el afán de mandar un mensaje positivo a los mercados, el gobierno se ha convertido en el rey de la ortodoxia. Ha generado superávits primarios (no tener que pedir prestado para pagar el servicio de la deuda), aunque ello implique disminuir gastos esenciales (salud, seguridad y educación) y romper el cochinito del fondo de estabilización y agotarlo en tan solo dos años.
La reducción de gastos se ha agravado porque el dinero que normalmente se iba a la inversión productiva ahora se ha ido a Pemex, tanto para la construcción de la refinería Dos Bocas (cuyos resultados no serán importantes ni perceptibles en varios años) como para pagar parte de su deuda (lo que la amarra a la de México). Ello, junto con las malas decisiones como cancelar el NAIM, revertir lo esencial de la reforma energética y “criminalizar” a los contribuyentes ( y mucho más), han generado incertidumbre y desconfianza. Hay una contracción económica más allá del ya de por sí bajo crecimiento de los últimos años del Peñismo. Naturalmente, la recaudación de IVA e ISR disminuyó en 2019 y sólo se pudo compensar por el aumento del IEPS al consumo de las gasolinas y diesel.
Así es como se ha logrado el superávit primario festinado por el gobierno.
Al empinar la economía hacia una actividad baja (la inversión pública se reduce otro 5% para 2020 y aún con los pronósticos más optimistas del plan de infraestructura no se revertirá significativamente la tendencia decreciente), los ingresos públicos se mantendrán estancados y sólo podrán aumentar con un apretón a los contribuyentes actuales mediante el terrorismo fiscal. AMLO ha prometido que no hará una reforma fiscal sino hasta 2021 (cuyo éxito también es cuestionable). Aquí está el primer dilema. De perseverar en sus decisiones anti-crecimiento, la economía está destinada, al menos en el corto plazo, al estancamiento o muy bajo crecimiento.
El segundo es el tipo de cambio. Considerar que su nivel prácticamernte fijo o incluso un peso fuerte es sinónimo de prosperidad y que por tanto debe mantenerse lo más estable posible, ata de manos al gobierno y lo dirige a otro callejón cuya única salida es más recesión o hasta una crisis cambiaria. El peso ha estado fuerte porque la tasa de interés en México es tan alta en relación a la extranjera que los fondos foráneos invierten en pesos. A eso se le llama “carry trade”. Teniendo dólares, los fondos extranjeros los cambian a pesos y los invierten en México porque la tasa es de 7.5%. Y luego de obtener el inusual rendimiento, los fondos vuelven a cambiar sus inversiones a dólares. Si además esa cantidad es muy grande, el peso se revalúa y la ganancia para los fondos es todavía mayor. De acuerdo con Bloomberg, México fue el país en el mundo con mayor ganancia de “carry trade”, 16% desde el 1 de diciembre 2018, comparada con 1% del segundo lugar, Canadá (https://www.bloomberg.com/news/articles/2020-01-22/world-s-no-1-carry-trade-is-fueled-by-amlo-s-peso-obsession). Esto es sostenible sólo mientras México no pierda su calificación crediticia (está apenas a un escalón), y en tanto los fondos consideren que no habrá depreciación del peso en el futuro cercano.
Si el Banco de México reduce excesivamente su tasa de interés, el “carry trade” será menos atractivo y esos fondos golondrinos comenzarían a salir. Si por alguna razón México perdiera su calificación crediticia (quizás empujados por lo que ocurriera en Pemex, ahora ya de la mano del gobierno), la salida de fondos sería de golpe. Ello llevaría, muy probablemente, a una depreciación del peso. Y eso, AMLO no está dispuesto a tolerar. Por tanto, el segundo dilema es que el Banco de México no podrá reducir significativamente las tasas de interés para ayudar a la recuperación económica, al tiempo que tendrá que seguir inyectándole dinero a Pemex para maquillar sus resultados y evitar que baje su calificación. Esto ya ocurrió en 2019 al transferirle 97 mil millones de pesos y contabilizarlos como ingresos de la empresa.
El gobierno está atrapado en su propia narrativa y en sus propias decisiones. Ya hemos visto esa película. En 1994 el gobierno sostuvo el peso a fuerza de tasas de interés altas (y en dólares con los Tesobonos) que retuvieron fondos golondrinos que así como llegaron se fueron al perder la confianza. Como sabemos, esta decisión desembocó en una severa crisis económica.
Ya basta de decisiones insensatas. AMLO está jugando con fuego, y con nuestro futuro.
Por: Enrique Cárdenas Sánchez
Universidad Iberoamericana de Puebla
Puebla contra la Corrupción y la Impunidad
enrique.cardenas@iberopuebla.mx
@EcardenasPuebla