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Él era él y era ella, habitaba un hábito y algunos hábitos lo habitaban a él, a ella. Portaba un nombre, un cuenco y una oración para su Dios eterno. José, Bashira, Hiram, Alisha, Taiki, él y ella eran todos en uno porque tenían fe, en algo o en alguien. Y del todo y de la nada, eran ellos la semilla que germinó en los desiertos, en las llamas y en el cuenco que llevaban dentro, lleno de tierra fértil, de agua bendecida y de fuego; ese cuenco también portaba un nombre, como él, como ella… se llamaba Corazón.

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