El autoritarismo es algo que atrae simplemente a las personas que no toleran la complejidad. No hay nada intrínseco de izquierda o derecha en ese instinto
Anne Applebaum
La idea me nació leyendo el ensayo de Luis Rubio, La nueva disputa por el futuro. Lo relacioné con las biografías de Plutarco (50-120 d.C.) que cotejó las vidas de personajes de Grecia y Roma para encontrar coincidencias y contrastes. El desempeño del presidente López Obrador evoca el “estilo personal de gobernar” (Daniel Cosío Villegas dixit) de Luis Echeverría. Veamos:
- Echeverría fue el prototipo de la disciplina hasta su arribo a la Presidencia. López Obrador lo es del revoltoso que ascendió subvirtiendo el orden público. Los dos se cobijaron en Juárez y Cárdenas y prometieron cambios radicales mediante sendos proyectos de nación. En el caso de LEA, el desarrollo compartido en contraste con el desarrollo estabilizador y AMLO, el de la cuarta transformación como culminación de nuestros tres históricos eventos y en contraste con el “neoliberalismo”. Nunca hemos sabido en realidad en qué consistieron. Al final, son buenos ejemplos de “flatus vocis”, palabras vanas, sin contenido.
- LEA fue un represor. Los hechos de 1968 y de 1971 lo condenan. AMLO incurre en la fuga de sus deberes. Tlahuelilpan y el incremento de los delitos del crimen organizado son sus consecuencias. Ambos incumplieron la ley.
- El primero fue más responsable en la designación de sus colaboradores. Correspondieron a un perfil. El segundo lo ha hecho sin que se perciba un ejercicio previo de análisis de capacidades. El único requerimiento ha sido la sumisión a sus órdenes.
- De 1970 a 1976 el Estado mexicano observó relaciones de coordinación con la iniciativa privada. En algunas ocasiones se crisparon los ánimos y hubo intercambio de ríspidos reclamos con sus respectivas reconciliaciones. Nuestro actual presidente ha ido más allá de las palabras y ha implementado políticas de evidente agresión a inversionistas nacionales y extranjeros.
- Al frente del partido en el poder, con Echeverría, estuvieron Manuel Sánchez Vite, Jesús Reyes Heroles y Porfirio Muñoz Ledo, todos con trayectorias acreditadas de liderazgo y de consistencia ideológica. Me resisto a consignar los nombres de los dirigentes de Morena en el actual sexenio. El contraste es abismal.
- La política exterior es otra notable diferencia. En aquellos años, México se volcó hacia el mundo. El actual gobierno, ante una comunidad global irreversible, se repliega y se aísla. Se percibe también en la relación con otros países. Echeverría condenó dictaduras (Franco y Pinochet). López Obrador los apoya (Maduro, Ortega, Díaz-Canel).
Focalizo un tema que será cotidiano hasta las elecciones de 2024: la designación del posible sucesor. A pesar de todo, en el viejo PRI prevaleció cierta responsabilidad de sus presidentes para elegir a sus relevos. No fue la excepción Echeverría, aunque López Portillo resultó a la postre pésimo gobernante. No fue un mal candidato, reunía los atributos de capacidad y prueba de ello fue su discurso al asumir el cargo que le dio cierta esperanza al pueblo de México. AMLO presume sus opciones y hasta se permite mencionarlos. Detecto en su ánimo un claro propósito de prolongar su poder más allá del periodo sexenal. Por lo tanto, seleccionará al (o a la) más manipulable. Ya veremos.
El ejercicio da para mucho. Agregaría que a pesar de la gran alharaca de Echeverría hubo permanencia del sistema político, pero con deterioro de las instituciones que se le dieron en custodia. ¿Se va a repetir la historia? Me temo que no. AMLO es un elemento disruptor, está demoliendo políticas públicas que permitían, volviendo al analista Rubio, crecimiento, estabilidad y civilidad. Hoy, para nuestra tragedia, el Estado de derecho es nuestra más acariciada utopía. En el horizonte se percibe incertidumbre, resentimiento, impotencia. Ni duda cabe: hay mucho por hacer.
Por: Juan José Rodríguez Prats