En esta entrega, un migrante mexicano comparte su historia con honestidad y sencillez. Entre la nostalgia, el trabajo duro y la esperanza de regresar a su país, deja un mensaje profundo: la bondad como la verdadera religión.
Alejandra Fonseca
“Mis padres son mexicanos. Se fueron a Estados Unidos como ilegales y yo nací allá. Al año, decidieron regresar a México buscando una vida mejor. Fue ahí donde crecí hasta alcanzar la mayoría de edad. Estudié la preparatoria e inicié la carrera de idiomas, aunque solo cursé un año. Después comencé la de mecánica automotriz, que tampoco terminé. En ese tiempo iba y venía para ganar algo de dinero. Ahora me encuentro nuevamente en Estados Unidos.
“No ejerzo mi profesión; trabajé en construcción y actualmente me dedico a la poda y desmoche de árboles. Me casé en México y tuve un hijo, que hoy tiene cuatro años. Aunque estoy separado, trabajo duro para construirle un futuro. Envío dinero a su madre para que al niño no le falte nada y pueda ahorrar para cuando llegue el momento de ir a la escuela.
“Adaptarme al estilo de vida estadounidense ha sido complicado. Aquí los blancos suelen ser fríos en su trato. En sus familias, a los 18 años los jóvenes deben irse de casa y hacer su vida; sin regreso. En cambio, los mexicanos siempre contamos con el apoyo de la familia, incluso después de casarnos y tener hijos.
“La soledad del migrante es enorme. Con el tiempo comencé a relacionarme con otros hispanos —venezolanos, salvadoreños, hondureños— que han sido buenas personas conmigo. Algunos estadounidenses no lo son: se aprovechan de nosotros, nos engañan para obtener nuestros datos y roban nuestra identidad. Perdemos miles de dólares, porque aquí todo es negocio. Todo tiene precio. Y si te descuidas, te sacan dinero por todos lados.
“Quizá sea la soledad la que a veces nos lleva a acercarnos a quien no debemos, solo para no sentirnos tan aislados. Muchos, por igual blancos que migrantes, caen en las drogas; algunos logran salir adelante, otros se pierden para siempre.
“Lo que más extraño de México es la comida, el clima y la calidez de la gente. Lo que más valoro de este país es la eficiencia, el orden y las herramientas que facilitan el trabajo. En México, el esfuerzo es más rudo, porque no siempre hay equipo ni protección; allá todo depende del ingenio.
“Mi meta es trabajar y ahorrar lo suficiente para regresar algún día a México, ya con mi retiro asegurado.
“No hay que creer todo lo que se ve en redes sociales. Mi mensaje es sencillo: ‘No hay que ser religioso de corazón; simplemente ser buena persona es la mejor religión’.
“Y a mi hijo, le dejo estas palabras: ‘A pesar de que hoy no pueda verte, algún día entenderás por qué pasan las cosas.’”
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