Trump y el inicio abrupto del ciclo de traiciones en México: cruje el obradorato

1/03/25

Siempre me he inclinado a pensar que en México estamos viviendo una forma de Maximato, en la que López Obrador y su red de lealtades y compromisos sigue marcando el rumbo de la 4T. Sin embargo, varios analistas y expertos insisten en que, por más que no quiera o no pueda, tarde o temprano la presidenta tendrá que romper con su antecesor para salvar su gobierno y con él, al proyecto político y su legado. ¿Qué proyecto? Una autocracia electoral estatista de corte populista.

Es verdad que López Obrador aún controla buena parte del gabinete, fiscalías, las bancadas oficialistas en el Congreso, los gobernadores emanados de la coalición oficialista y las estructuras de decisión de Morena. Muchos todavía mantienen sus lealtades y compromisos en torno al liderazgo de López Obrador, incluyendo a la presidenta misma. Y también es cierto que el expresidente sigue teniendo influencia sobre las fuerzas armadas, los grandes empresarios compadres y algunos liderazgos de organizaciones criminales. Es decir, sobre lo que se denomina los poderes fácticos de este país.

El problema con estos grupos es que, si aumenta la probabilidad de que su situación se vea amenazada, esta “influencia” puede cambiar en cualquier momento. Por eso es muy importante no perder de vista que la institución presidencial, por sí misma, tiene un inmenso poder (real y formal), independientemente del carisma y liderazgo de la persona que ocupe el ese cargo. Es una posición de poder que facilita el dominio y el sometimiento de ciertos actores. Basta recordar al presidente Zedillo y cómo, a pesar de su debilidad, logró enfrentar al expresidente Salinas con todo y su enorme influencia y poder político.

La diferencia es que, en aquel entonces, los factores disruptivos que alteraron la correlación de fuerzas al interior del grupo en el poder fueron, el asesinato de Colosio y el “error de diciembre”. Hoy, esos factores son: de nuevo, un Donaldo en la escena, pero esta vez de apellido Trump. Y, segundo, la inminente recesión económica y el agotamiento del modelo clientelar que oxigena la legitimidad del obradorato. Y otra vez, como en aquel momento, no sabemos cómo estos factores de riesgo afecten las lealtades, los compromisos y los intereses de los actores con poder de decisión al interior del grupo gobernante.

En ese orden de ideas, volvamos a preguntarnos: con Trump y la economía en la cuerda floja ¿alcanzaremos un punto en el que a la presidenta no lo quede de otra, más que redefinir sus lealtades, si es que quiere salvar su gobierno y al “proyecto”? Yo creo que sí, es muy factible. Es tal la vulnerabilidad económica y financiera del país que, si se llegara a concretar la amenaza trumpista de imponernos aranceles, el colapso económico y político sería estrepitoso. Todo el proyecto político de la 4T depende 100% de las transferencias directas de dinero a sus clientelas. Por lo que, en el momento en que se llegaran a interrumpir, el gobierno de la presidenta Sheinbaum se desmoronaría en medio de un acelerado período de anarquía e ingobernabilidad al interior del obradorato.

Pero más importante aún, es el hecho de que la amenaza de los aranceles está atada a los resultados en materia de seguridad, es decir, al combate a las organizaciones criminales, ahora consideradas terroristas y, ojo, a sus aliados en el gobierno de la 4T. De hecho, tanto el secretario de la defensa de EU y como el mismo Trump, ya solicitaron la detención de funcionarios y políticos ligados al narco (si así le fue a Zelensky frente a la prensa, no quiero ni pensar lo que este psicópata haría con Sheinbaum).

Es justo aquí, donde las dos principales fuerzas que sustentan el obradorato han comenzado a crujir:

 Por un lado, la del PRIMOR, es decir, la de los cacicazgos provenientes del priísmo tradicional (representados por los Obrador, los Adán Augustos, los Monreal, los Murat y sus correlatos a nivel local y regional) junto con las mafias mercenarias del Verde, del PT y demás impresentables (Yunes, etc.). Muchos han pactado con el crimen organizado y harán todo lo que sea necesario para no ser sacrificados ante las demandas del trumpismo.

 Y por otro, está el grupo de los “puros” de Morena, es decir, de aquellos que nunca han sido priístas, providentes de diversas falanges de la izquierda marxista radical. Aquí entran los estalinistas (los Batres, los Padierna, los Taibos, los Muller), los gramscianos (Moneros, Sheinbaum), y toda suerte de grupos ideológicamente asociados al progresismo radical (wokeismo). Todos estos grupos (unos más y otros menos) se sienten incómodos con las alianzas con el crimen organizado, por más que lo justifiquen como una derivación del capitalismo despiadado.

Esta división explica la supuesta carta desde Palenque, divulgada por Adán Augusto López, advirtiendo de una posible “insurrección” si EU designaba a las organizaciones criminales como terroristas. Eso explica también la campaña de afiliación de Andy y la foto con Rocha Moya, en abierta señal de respaldo. Y, finalmente, explica la “rebelión en el chiquero” protagonizada por Adán Augusto y Manuel Velazco contra la iniciativa de la presidenta para acabar con el nepotismo y la reelección.

Del lado del grupo de la presidenta, también ha habido decisiones que permiten pensar que la “ruptura obligada” ya ha iniciado: una nueva política bilateral con EU basada en un total sometimiento (el “traslado”, que no extradición, de 30 capos sin mediar explicación, lo demuestra); fin de la era “abrazos, no balazos” y reinicio de la guerra contra el narco (o sea que Calderón lo hizo mal, pero tenía razón); replanteamiento de la política energética (inversión privada para PEMEX y CFE, casi en los mismos términos que en la reforma de Peña Nieto); y nueva política partidista contra el caciquismo (nepotismo y reelección).

Si esta tendencia es real, lo más probable es que en las próximas semanas veamos rodar algunas cabezas de políticos de alto nivel (gobernadores, exgobernadores). Y ese, será el principio del fin del obradorato.

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Raul Hermosillo
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