La Ciudad de Puebla está próxima a cumplir medio mileno, de tiempo atrás , en compañía de amigos tan destacados como Luis Benavides Ilizaliturri y Manuel Senderos Bracamonte, he venido promoviendo la necesidad de rescatar documentos básicos sobre el hecho en cuestión, claro está que rememorar la fundación puede extenderse muy bien a lo que la historiografía francesa emblematizada por Fernand Braudel denomina “ciclos largos”, y , por ende, puede muy bien abarcar todo el periodo de los “austrias españoles”.
En tal sentido, publique en hace cinco años un artículo sobre un episodio prácticamente desconocido entre los habitantes de la localidad como es el concerniente a Antonio Benavides “el tapado”.
Una ciudad que fue fundada en tres ocasiones, primero por el asentamiento de artesanos que remendaban el calzado de los itinerantes entre Veracruz y la Ciudad de México, eventualmente un día de San Crsipín y San Crispiniano , santos patronos de los integrantes del gremio de zapateros, en algún 25 de octubre entre 1521 y 1530 o 1531 ; posteriormente , mediante el servicio religioso ofrecido por Fray Toribio de Benavente el 16 de abril de 1530 según su propio dicho, o de 1531 al decir de Mariano Fernández de Echeverría y Veytia quién señalaría que en 1530 Luis de Fuensalida y Maldonado no eran , respectivamente, ni el presidente , ni el secretario de la Real Audiencia.
Finalmente, las actas de cabildo que se conservan a partir de 1532 señalan que los vecinos llevaron a cabo una segunda fundación el 29 de septiembre de 1532 dado que el primer asentamiento fue del todo desecho por la torrente inmisericorde de las precipitaciones pluviales que fueron torrenciales en la ocasión.
Los vecinos celebraran el aniversario de la ciudad el día de San Miguel, y lo que sabemos respecto a los hechos verificados con antelación a 1532, es en virtud de actas de cabildo fechadas cuarenta años después, en los que, se hacía tal relato dentro de un procedimiento de “declaración ad perpetuam” llevado a cabo para determinar derechos posesorios sobre un inmueble.
Resulta claro que , ante orígenes que se diluyen a la memoria de los hombres, la ciudad lleve consigo acertijos e incógnitas, lo que, a todas luces resulta claro, no obstante, es que, pretender extender la memoria de la fundación a los hechos ocurridos durante la batalla comandada por Zaragoza resulta del todo absurdo y grotesco, y que, la promoción de la celebración por los 500 años de la fundación debe recaer en individuos con un mínimo de seriedad.
Respecto de la batalla y de las situaciones que le circundad o que de ella se deriven, resultaría por demás estimulante que se rescatase la historia del chileno Benjamín Vicuña Makkena sobre el sitio de la Puebla , episodio del que, uno de los biógrafo destacados del general San Martín,- el otro fue el argentino Bartolomé Mitre-; o que se difundiera la novela “El Son de Mayo” de Juan A .Mateos, o “La Gran Década Nacional” de Galindo, obras fundamentales, pero que no tienen nada que ver con la fundación de Puebla en 1531 y el “ciclo largo” el periodo de los “austrias españoles” en la que se inscribe; y que, a su vez, tampoco estarían relacionados con hechos de trascendencia bastante menor como es el concerniente a la muerte de Joel Arriaga, cuyos plañideros han obtenido no pocas ventajas durante medio siglo, aun siendo respetable, por supuesto , lo que el hecho pueda representar para Mauritania , Eslovenia y Sajonia.
Finalmente me permite reproducir un escrito ya añejo sobre “el tapado”, que acaso pueda resultar digno de interés:
“En el señero año de 1680 en el que su Majestad Carlos II expidiera la “Recopilación de Leyes de los Reynos de Indias” formulada por Don Antonio de León Pinello, el Santo Oficio ordenó que la cabeza de Antonio Benavides “el tapado”, colgara en la cavidad del frontispicio de la Iglesia de la Compañía de Jesús en la Ciudad de Puebla.
Tétrico espectáculo que, en todo se habría contemplado en el solar en el que la actual edificación del “Templo de la Compañía” fuera erigido en fechas posteriores.
Por principio de cuentas la “Inquisición” no tenía competencia alguna en la ejecución de pena alguna incluidas las decretadas por el mismo tribunal eclesiástico, por otra parte, la causa seguida contra “el tapado” derivo de la circunstancia de que éste aventurero se habría hecho pasar como visitador del Rey de España, carácter y condición que en realidad le era ajena, algo así como una especie de Gabriel Alós común y corriente sólo que del Siglo XVII.
Boabdil “El Magnífico”, aquel que se viera recriminado por su madre por “llorar como mujer lo que no había sido capaz de defender como hombre”, y cuyos ejércitos ocultos en las cuevas de Granada deambulan fantasmales por la ciudad al decir de Washington Irving, fue expulsado de la península por los Reyes Católicos en las postrimerías del siglo XV.
A partir de tal suceso, la “Corona” habría suscritos concordatos con el papado a cargo de “Alejandro VI”, el célebre Rodrigo Borgia, en virtud de los cuales el Rey asumiría la condición de jefe de la Iglesia en España , condición que al paso del tiempo se haría extensiva a los “Reynos de Indias”.
La justicia regia, en consecuencia, contaba con atribución de última instancia para dirimir mediante el denominado “Recurso de Fuerza” la competencia entre la jurisdicción real propiamente dicha y aquella que fuese de la competencia primigenia de los tribunales eclesiásticos.
Recurso que, por lo demás, se encontraba regulado a detalle, precisamente en la “Recopilación” de 1680, de donde cabe formular el siguiente cuestionamiento, ¿no hubo acaso ningún abogado que interpusiera un recurso de fuerza contra la jurisdicción que se habría arrogado el Santo Oficio en Puebla para conocer de una conducta que, por ningún motivo podría ser considerada como un “delito contra la fe”?
Antonio Benavides “el tapado”, habría sido con toda seguridad un estafador que habría extorsionado a los funcionarios reales asentados en la ciudad, pero, hasta donde sabemos, no era apóstata, ni hereje, ni perjuro, ni relapso.
Resulta de esperarse que los abogados avecindados en Puebla no quisieran interponer el Recurso de Fuerza conducente para evitar enemistarse con los poderosos de la localidad, pero ¿no podría acaso encontrar algún defensor alguno entre los letrados de la capital del virreinato de la Nueva España?
Joseph de Miranda era un letrado avecindado en la “muy noble y muy leal ciudad capital” , que en el año de 1680 impartía la cátedra concerniente a la “Instituta” de Justiniano en la Real y Pontificia Universidad de México, siguiendo los derroteros fijados desde 12 de julio de 1553 Bartolomé Frías y Ambornoz.
Miranda resultaba por más de un motivo el personaje idóneo para asumir la defensa de “el tapado”, no obstante, los archivos del “Santo Oficio” resguardaban un libro que le habría sido incautado de tiempo atrás , se trataba , precisamente de una versión de la “Instituta” que carecía del “Nihil Obstat”, locución latina con la que se señalaba los libros autorizados por la misma inquisición.
Otra versión señalaría en contrapartida, la inquebrantable lealtad de Antonio Benavides a la corona de Castilla, en momentos en que se daba la secesión del Portugal, unido a la Corona a partir de los esponsales de Isabel y el emperador Carlos, habiendo sido, precisamente Isabel de Portugal, la encargada de expedir la cédula de fundación de una ciudad en la que las veleidades a favor de la reina muera un sigo y medio atrás, podían orientar las lealtades en sentido opuesto a la corte española.
En todo caso, las intrigas judiciales en torno a “el tapado” bien pudieran esclarecer la enrome incógnita que representa la omisión de Joseph Mirando en la asunción de su defensa.”