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La despertó un crepitar de leños. Venía, quizá, desde la profundidad de su sueño, de un paraje remoto. O quizá provino del bosque. Dormía desnuda y así salió de la cama, caminó el pasillo y bajó la escalera hasta la sala. El gato no estaba sobre el respaldo de su sillón favorito. Sintió su sombra moverse en el comedor. Ahí estaba, sobre la mesa, con el lomo erizado y la cola esponjada mirando a través del ventanal; se movía con lentitud, de un extremo al otro de la mesa, sin apartar la vista del jardín. ¿Qué viste minino? Preguntó ella y se acercó a la ventana. Oscuridad casi total, sólo el reflejo dorado de una estatua entre las sombras. Aguzó la vista, el gato seguía moviéndose con aprensión. Ella no vio nada. Quizá teme a su reflejo, pensó, vamos, minino, ve a la cama, y, como si aún siguiera dormida, y todo eso no hubiese sido sino un sueño, regresó desnuda al lecho. La despertó un rumor de olas, un eco antiguo en el acantilado. Lo escuchó abajo, esta vez estaba segura. Caminó por el pasillo y bajó la escalera hasta la sala.

El gato estaba echado sobre sus patas, en el respaldo de su sillón favorito. Dormitaba. Ella se asomó al ventanal, sólo penumbra. En el cristal se reflejaba apenas la silueta de sus senos y afuera se veía un halo de seda que se movía como una medusa en el aire, flotaba, se agitaba con lentitud, se desvanecía. No lo ha visto el gato, pensó, tal vez estoy soñando, y volvió a la cama. Al despertar, vio sobre la pared frente a su cama un reflejo azulado, ondulante, que escapaba por una ranura que dejaban las cortinas. No las abrió. Se puso la bata de satín y bajó la escalera. El gato estaba sobre la mesa del comedor mirando, inmóvil, hacia el ventanal. Había amanecido, pero no había luz dorada en el mundo circundante sino un reflejo azulado, como aquel que pintaba la pared de su habitación. Del otro lado estaba el mar, no el que se ve desde la terraza de una casa de playa, sino el que miran los peces desde el casco de un naufragio. Las copas de los árboles se movían al vaivén de la marea y las flores y los helechos eran algas y corales, lo demás era agua, arena, Tiempo. Ella se quitó la bata de satín y abrió la puerta.

PARAGUAZOS

Y de pronto, con un imperceptible sonrojo, el joven negro paraguas y la chica azul sombrilla se tomaron de la mano tímidamente.

EL NIÑO

LA INFANCIA

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