La atención que perdimos: por qué las escuelas comienzan a prohibir los celulares

Consejero y asesor en innovación, educación y desarrollo

En los últimos años, muchas escuelas han tomado una decisión que parecía imposible: prohibir los celulares durante toda la jornada escolar. No se trata de un capricho, sino de un hallazgo respaldado por los datos: la presencia del teléfono en el aula está asociada con menos concentración, menos convivencia y menos aprendizaje. Lo que antes parecía una intuición de los maestros, hoy se confirma como una necesidad educativa.

Una investigación encabezada por Angela Duckworth, profesora de la Universidad de Pensilvania, analizó más de 20 mil respuestas de docentes y encontró una tendencia clara: cuanto más estricta es la política de uso del celular, más satisfechos están los maestros y menos distraídos están los estudiantes. En las escuelas donde los teléfonos desaparecen del aula, la atención se recupera y el ambiente de aprendizaje mejora significativamente. Los estudiantes vuelven a conversar, a reír y a interactuar entre ellos.

Sin embargo, prohibir los celulares es apenas el comienzo. El desafío de fondo es mucho más profundo: las pantallas siguen presentes en la vida escolar, ahora desde otros dispositivos —principalmente tablets— que también fragmentan la atención y moldean la forma en que los estudiantes aprenden y conviven.

Un reportaje reciente del New York Times confirma esta contradicción: mientras las escuelas avanzan en prohibir los celulares, la gran mayoría de los estudiantes sigue usando tablets durante buena parte del día. Las pantallas no desaparecen; simplemente cambian de forma. La intención es proteger la atención, pero el entorno escolar continúa profundamente digitalizado.

Los testimonios de los maestros revelan la magnitud del reto. Por un lado, reconocen que la tecnología facilita ciertas actividades: permite consultar información, avanzar tareas y acceder a materiales digitales. Pero, al mismo tiempo, describen distracciones permanentes, cambios constantes entre aplicaciones, juegos que se ocultan como actividades escolares y una creciente fatiga digital. La línea entre aprender y distraerse se vuelve cada vez más delgada.

Esta situación coincide con lo que plantea Jonathan Haidt en La generación ansiosa: el problema no es un dispositivo en particular, sino un ecosistema digital que captura la atención y modifica la forma en que los jóvenes piensan, se relacionan y aprenden. Según Haidt, a partir de 2012 —cuando los smartphones se volvieron universales— se dispararon los niveles de ansiedad, depresión y soledad entre adolescentes. La tecnología no solo acompaña a los jóvenes: los absorbe.

Duckworth observa el síntoma en el aula; Haidt explica la causa en la sociedad. Mientras la escuela batalla con distracciones constantes y pérdida de atención, la vida digital de los jóvenes profundiza la desconexión, reduce su presencia y fragmenta su capacidad de concentrarse. Ambos coinciden en lo esencial: la atención se ha vuelto un recurso vulnerable cuya protección no puede recaer solo en la escuela, sino en toda la sociedad.

Las pantallas no solo distraen: transforman la manera en que los estudiantes interpretan el mundo, aprenden y conviven. Quitar el celular ayuda, pero no resuelve el fondo del problema si otros dispositivos siguen capturando su atención. La atención, que debería ser un bien protegido, se dispersa entre estímulos, notificaciones y aplicaciones que no fueron diseñadas para formar, sino para retener.

Por eso, la verdadera pregunta no es si debemos prohibir los celulares en la escuela. Esa discusión ya va en camino de encontrar una solución. La pregunta de fondo es otra, más compleja y urgente: ¿cómo protegemos la atención de una generación que crece en un mundo digital?

Regular el uso del celular es solo un primer paso. La solución de fondo es más profunda: necesitamos reconstruir el espacio educativo, un entorno donde se dé la presencia, la conversación, el diálogo desde la diferencia y el pensamiento creativo, constructivo y crítico.

Un cambio de esta magnitud no puede imponerse. Requiere diálogo, participación y trabajo colaborativo entre docentes, directivos, familias, especialistas y estudiantes. Solo así podremos construir una propuesta renovada que proteja la atención, recupere el interés y reubique la tecnología en el lugar que le corresponde.

Cuidar la atención no es un lujo ni una nostalgia: es una condición para aprender, convivir y pensar con claridad. En un entorno cada vez más saturado de estímulos digitales, proteger la atención se convierte en un acto formativo y social, una responsabilidad compartida que va más allá del aula.

Proteger la atención no es nostalgia: es responsabilidad.

No es rechazar la tecnología: es darle un lugar.

Y no es solo tarea de la escuela: es un compromiso de todos.

Formar una generación capaz de pensar con claridad empieza por un gesto simple: devolverle a la educación el tiempo, la calma y la presencia que necesita.

Picture of Eugenio Yarce
Eugenio Yarce
+ Articulos
También puede interesarte

Patrocinadores

Últimas Noticias
Patrocinadores