Esta frase proviene de un pasaje bíblico donde Jesús la pronuncia ante una multitud dispuesta a apedrear a una mujer acusada de adulterio. Su mensaje central es que nadie tiene la autoridad moral para juzgar y condenar a otros, porque todos, en mayor o menor medida, hemos cometido errores o “pecados”.
Las personas que se equivocan tienen derecho a corregir sus errores y a evolucionar, la humanidad tiene la capacidad para el crecimiento y la redención. Si nadie está exento de errores, entonces el enfoque no debería estar en la condena, sino en la oportunidad de mejora.
Hay que ser menos jueces y más acompañantes en el camino de la vida, al final, todos estamos en un proceso de aprendizaje y evolución, la compasión y la oportunidad de corrección son esenciales para el crecimiento individual y colectivo.
El “derecho a corregir y evolucionar” no es una licencia para la irresponsabilidad, sino una afirmación de la capacidad de metamorfosis del ser humano. Imagina un mundo donde un error, por grave que sea, condene a una persona a una identidad inmutable de “culpable” o “defectuoso”, sería un estancamiento existencial, una negación del dinamismo de la vida. La vida misma es un constante aprendizaje por ensayo y error. Cada caída es una oportunidad para levantarse, no solo ileso, sino fortalecido y más sabio.
El error no es una anomalía; es la norma. Desde aprender a caminar hasta dominar una habilidad compleja, cada paso adelante está pavimentado con intentos fallidos. Nuestros mayores descubrimientos científicos, nuestros avances tecnológicos y nuestras obras de arte más profundas a menudo nacen de innumerables errores y correcciones.
Considerar el error como una parte intrínseca de la vida humana nos permite:
1.- A ver el fracaso desde otra perspectiva.
Al entender que errar es humano, podemos despojarnos de la carga de la perfección inalcanzable y aceptar que el camino hacia el éxito está lleno de desvíos.
2.-Fomentar la resiliencia: Si vemos los errores como oportunidades de aprendizaje, desarrollamos una mayor capacidad para recuperarnos de las adversidades y perseverar.
3.-Promover una cultura de aprendizaje: En lugar de castigar el error, podemos crear entornos donde se fomente la retroalimentación constructiva y se valoren las lecciones aprendidas de las equivocaciones.
En definitiva hay que hacer una reconfiguración fundamental de nuestra perspectiva. Abandonemos el juicio implacable y abracemos la compasión, la oportunidad y la humildad. Cada uno de nosotros tiene el derecho inalienable de aprender de sus fallas, corregir su camino y, en última instancia, evolucionar hacia una mejor versión de sí mismo, después de todo… “quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra”.
Terapeuta Eli Córdova López


