El Precio del Brillo: La Verdad de los Diamantes que Somos

Todo comenzó con una frase que mi hijo soltó sin pensarlo demasiado:
“Mamá, todas a mi alrededor son diamantes.”

Parece un comentario inocente, pero esconde una verdad poderosa. Porque sí, quizá todos somos diamantes… pero pocos lo saben, menos aún lo sienten, escasos se atreven a asumirlo, y exiguos saben pulirse a sí mismos, porque con los humanos, no hay mano que valga sino la propia.

Los diamantes auténticos no nacen brillando. Se forman entre ciento cuarenta y ciento noventa kilómetros bajo la superficie terrestre, donde la presión equivale a cargar casi sesenta elefantes sobre un solo pie. Se crean en temperaturas que superan los mil doscientos grados centígrados, en absoluta oscuridad, calor extremo y fuerzas que destruirían a cualquier otro material.

Esos son los diamantes, ahora van los brillantes que surgen de aquéllos: éstos necesitan tiempo para revelarse: sólo uno de cada diez mil tiene el color perfecto; el más raro -el rojo- es tan escaso que apenas existen unos cuantos en el mundo. Los cortes -facetas que le dan su brillo-, no aparecen solos; son resultado del golpe, de la fricción, de la precisión. Por lo que un brillante es un diamante que ha sido cortado, golpeado y friccionado con precisión, dándole forma cónica en su parte superior redonda. Su nombre completo es “diamante de talla o corte brillante”, porque ese corte también se le puede dar a otras piedras preciosas: zafiros, rubíes, esmeraldas, etc. Estos conocimientos básicos de las diferencias entre diamantes y brillantes develan el misterio de la calidad de un brillante y ayudan a comprender su valor, y su precio.

Aquí surge lo más valioso: lo mismo ocurre con la gente. Las mejores versiones de nosotros mismos se forman cuando nadie nos ve, cuando pesa la noche, cuando arde la vida, cuando la soledad carcome y parece que ya no podemos más. De cada diez personas, sólo una logra reconocerse como un diamante en proceso de devenir brillante por la precisión de los golpes y su poder de absorberlos, de resistirlos cediendo a ellos. Igual que nuestras cicatrices: las traiciones, los miedos que paralizan, las caídas que parten el alma en pedazos, las veces que te levantaste aún con el corazón hecho polvo…Todo te talla, te pule, te define.

Los diamantes y los diamantes pulidos –brillantes-, también vienen en una sinfonía de colores: azules, rosados, amarillos, cafés, negros. Lo que los vuelve valiosos no es la perfección del tamaño y su color, sino su rareza. Eso, justamente, es lo que olvidamos cuando tratamos de encajar a todos en un mismo modo y una misma forma.

Ser sensible no significa ser frágil.
Ser compasivo no significa ser menos.
Mirarse por dentro no significa ser débil.
Sentir no te resta valor… te potencializa.

El error más común es creer que somos sólo un grano de arena más. Pero la naturaleza no crea diamantes por accidente. Y el humano no pasa por la soledad, las dudas y la oscuridad como si fueran incidentes: es para saber si puedes tú sacar de ti mismo el mejor brillo al encontrar tu propósito.

La vida es una sola pieza.
Tú decides el kilataje.
Tú decides cuántos vales, cuánto brillas, cuánto aceptas pulirte.
Nadie puede poner tu valor ni tu precio más que tú.

La verdad -verdad que duele y libera- es que todos somos diamantes, pero no todos tenemos el valor ni resistimos, por igual, la oscuridad y soledad, para pulimos…

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
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