El Liberal Salvaje

Comentario sobre la longevidad y vulnerabilidad de los regímenes populistas

El caso del obradorato

Por Raúl Hermosillo C.

12/10/25

Como sabemos, el actual ciclo de populismos autoritarios en el mundo se sustenta, casi en su totalidad, en la figura del líder, que es percibido como el salvador que lucha en favor del pueblo oprimido por las élites y que cuenta con el aval de sus seguidores para saltarse la ley o modificarla a su antojo.

El factor clave del éxito de este tipo de regresiones autoritarias es que el líder logre tejer las alianzas y complicidades necesarias para impulsar el desmantelamiento de las instituciones democráticas y los contrapesos; al tiempo que va transformando su autoridad carismática en poder burocrático y partidista duradero.

Por ejemplo, a Hugo Chávez le tomó casi una década conseguir ambas cosas hasta consolidar un régimen populista autoritario con instituciones moldeadas a la medida de su liderazgo. Al igual que otros líderes populistas (Erdogan, Orbán, Modi) Chávez modificó la Constitución, concentró todo el poder y cooptó a los poderes públicos (judicial, electoral, militar), asegurando con ello la continuidad de su proyecto tras su muerte.

El resultado fue una sucesión relativamente exitosa que le permitió a Maduro gozar de algunos años de legitimidad heredada, hasta que los escándalos de corrupción y la crisis económica generaron una falta de apoyo popular que llevó al endurecimiento del régimen (censura a los medios, las redes sociales y, en el extremo, descarado fraude electoral para mantenerse en el poder y persecución de líderes opositores).

El punto es que este proceso lleva tiempo para ser asimilado y normalizado por la población (síndrome de la rana hervida). Sin el tiempo necesario para completar estas dos condiciones, el líder populista quizá pueda alcanzar cierto control político sobre los factores reales de poder (fuerzas armadas, grupos criminales, partido, sindicatos, empresarios compadres, tribunales, elecciones, etc), pero difícilmente podrá garantizar la conversión de su autoridad y carisma personal en un poder institucional duradero y burocratizado que pueda sobrevivirle. Y lo que ocurrirá será algo parecido al colapso de la sucesión peronista en Argentina, cuyo fracaso está asociado a la incapacidad de ese movimiento para transitar de su condición de coalición personalista a una entidad institucionalizada y disciplinada.

Este es, justamente, el drama que vive la 4T y el obradorato. Que, a diferencia del chavismo y otros populismos que tuvieron todo el tiempo del mundo para consolidar un régimen autoritario con pleno apoyo mayoritario, en México López Obrador se vio obligado construirlo vía fast track, en tan solo 3 años, luego de que Morena y aliados perdieran la elección intermedia de 2021.

Al darse cuenta de que no tendría la mayoría calificada en el Congreso necesaria para impulsar su reelección, López Obrador tuvo que acelerar la transición autoritaria mediante el desmantelamiento burdo de los contrapesos democráticos.

Es cierto que, desde un inicio, al igual que el chavismo, avanzó en la politización de las fuerzas armadas, integrándolas ideológica y operativamente en el proyecto de la 4T y convirtiéndolas en un pilar clave para el sostenimiento del nuevo régimen. También es cierto que, al igual que el chavismo, el obradorato logra el control estatal sobre la industria petrolera y la utiliza para financiar programas sociales con fines clientelares y para consolidar la lealtad de diversos sectores (hoy sabemos que el mecanismo fue el huachicol fiscal).

No obstante, a diferencia del chavismo, López Obrador fracasó en la subordinación temprana del poder legislativo. No es sino hasta el final de su gestión que, mediante un “golpe de Estado técnico”, alcanza la tan anhelada mayoría calificada. Y es hasta entonces que puede neutralizar la independencia del Poder Judicial, a diferencia del chavismo, que desde un inicio logra cooptar rápidamente a jueces y magistrados.

En lo relativo a la conversión de la autoridad personal y extraordinaria del fundador de Morena en un poder institucional duradero y burocratizado que pueda sobrevivirle, el obradorato queda a deber aún más.

Al no conseguir reelegirse, López Obrador se ve obligado a diseñar un proceso de sucesión que le permita seguir controlando la escena política y, al mismo tiempo, mantener las lealtades de los principales actores políticos. El resultado, un año después de su salida, es más que evidente: lejos de garantizar la cohesión interna del régimen, su ausencia obligada por las presiones del gobierno de EU, ha creado una suerte de vacío que genera desconcierto entre los miembros su grupo cercano, e incertidumbre y desánimo entre la feligresía más fiel y devota.

A diferencia del chavismo, que logró institucionalizar su poder mediante la creación del Partido Socialista Unido de Venezuela, unificando la heterogénea coalición de movimientos y partidos que lo apoyaban, en una única organización política disciplinada capaz de actuar como la “vanguardia de la revolución”, Morena y aliados siguen colaborando, pero con reservas. En tanto que, al interior de Morena, parece haber surgido ya la semilla de las rupturas y los ajustes de cuentas.

Una vez más, se demuestra que la fortaleza de un régimen autoritario sustentado en el vínculo carismático entre el líder y “el pueblo” es, al mismo tiempo, el origen de su mayor vulnerabilidad. Lo que vemos hoy, con los escándalos de corrupción y la intensificación de las traiciones al interior del grupo gobernante, es síntoma del fracaso del obradorato en su intento por convertirse en un poder institucional duradero.

La pregunta obligada es si, tras completar el desmantelamiento de la democracia, Sheinbaum podrá erigir un nuevo sistema estable, o si a lo único que puede aspirar es a administrar un monopolio de poder temporal y frágil, destinado a colapsar junto con su creador.

Todo parece indicar que lo más probable es que el obradorato eventualmente colapse relativamente pronto; esa es la buena noticia. La mala es que, como ocurrió en Argentina, lo más probable es que, quienes aprovechen el río revuelto sean los militares al servicio de empresarios compadres y sindicatos rentistas.

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Raul Hermosillo
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