Eugenio Yarce
Consejero y asesor sobre innovación, educación y desarrollo
Mi único contacto con Amin Maalouf, hasta hace poco, había sido con una de sus publicaciones Identidades asesinas: un ensayo que explica cómo la identidad, cuando se vuelve absoluta se convierte en un arma peligrosa. En breve dice; la identidad es múltiple, dinámica y humana; pero cuando se reduce a una sola pertenencia, suele volverse destructiva. Esa advertencia, escrita hace más de dos décadas, sigue siendo una brújula para entender los conflictos de hoy.
Escucharlo ahora, en la FIL Guadalajara 2025, amplió por completo la dimensión de su pensamiento. Maalouf no solo analiza el pasado y el presente; da claridad a un mundo que se transforma a una gran velocidad. Su discurso sobre el desfase entre el progreso tecnológico y el estancamiento o retroceso de nuestra conciencia, pone el dedo sobre la llaga.
Durante su intervención, Maalouf recordó que la ciencia y la tecnología avanzan con una inercia propia, irreversible, que no depende de la voluntad humana: un descubrimiento conduce al siguiente, una mejora lleva a otra. Esa reflexión coincide con mi convicción de que la innovación es un movimiento que no tiene forma de detenerse. No podemos frenarlo; lo único que podemos y debemos hacer es orientarlo.
Ahí comienza el corazón de esta reflexión.
La innovación, con toda su potencia transformadora, requiere de nuestra intervención para alinearse con el servicio al prójimo. La inteligencia artificial, la biotecnología, los nuevos sistemas de comunicación y la digitalización adquieren sentido según los valores que los guían. Por eso, como señala Maalouf, el verdadero desafío no es tecnológico, sino moral. Nuestro mayor reto es que el ritmo del cambio científico no nos rebase como sociedad.
La tecnología corre.
Nuestra conciencia cívica, social y ética… no siempre.
Ante esa asimetría, se vuelve urgente acelerar también la evolución de nuestras mentalidades. Necesitamos una ciudadanía capaz de comprender el mundo que la rodea y participar activamente en su orientación. Y eso requiere colaboración: nadie, ni una persona ni una institución, puede enfrentar este reto en soledad.
La innovación es colectiva por naturaleza; la conciencia moral también debe serlo.
Hoy, la innovación nos ofrece posibilidades que antes parecerían imposibles, pero esas posibilidades no garantizan un mundo más justo. Para que la tecnología se convierta en instrumento a favor del prójimo, necesitamos reconstruir juntos nuestra brújula cívica, ética y social.
La literatura dice Maalouf, debe ayudarnos a comprender la complejidad del mundo, recordar que nuestro destino es común y sostener los valores que hacen posible la convivencia. La innovación, no solo transforma, requiere de ver en la cercanía un horizonte más humano.
El futuro no depende de la tecnología. Depende de lo que hagamos nosotros con ella.
Ese es el llamado de Maalouf. Y es, también, el desafío de nuestra época.


