En honor a el Doctor Juan Salgado Brito
“…Tenía la rara virtud de ser autoridad sin imponerse y de ejercer el poder sin perder la sencillez…” Decía: “Respete a todos, pero a nadie le tenga miedo.”
Para Laura Weiler Sierra su esposa, sus hijas:
Laura Sofía y Diana Grace Salgado Weiler
y sus hijos Salgado Ponce.
Alejandra Fonseca
Tengo el gran honor y el gusto, desde hace algunos años, de conocer a la familia Salgado Weiler: a don Juan Salgado Brito (DEP), a su esposa Laura Weiler Sierra de Brito y a sus adorables hijas: Diana Grace y Laura Sofía. La primera vez que conviví con don Juan me causó una muy grata impresión por su presencia impecable, su sencillez, su amabilidad y su luminosidad al ser un hombre muy letrado: doctorado en Derecho, especializado en Derecho Constitucional y fundador del Movimiento Regeneración Nacional; con una larga y fructífera trayectoria política, y desde 2024, Secretario de Gobierno del Estado de Morelos. Uno de los políticos más importantes de los últimos tiempos y gran personaje de la Política (así con mayúscula) tanto en el estado de Morelos como en el ámbito nacional. ¡Toda una leyenda!
Su esposa Laura es una mujer espontánea, simpática, cálida y franca, por lo que coincidimos de inmediato de manera natural y orgánica desde el primero momento.
El pasado 27 de octubre, recibí un sentido mensaje de Laura, informándome de que don Juan había trascendido. La noticia me impactó, y seguí con interés las noticias y reseñas de su fallecimiento tanto en Morelos como en el ámbito nacional.
Con la sensibilidad que la caracteriza, Laura me envió la columna política #ATítuloPersonal del periodista Omar Arizmendi Hernández, (oarizmendi) en el DIARIO DE MORELOS (www.diariodemorelos.com) que pinta de manera absoluta, en cuerpo y alma, a don Juan, la que suscribo en toda su dimensión, y me permito reproducir en estas páginas dedicada a mi querida Laura Weiler Sierra, esposa de don Juan y sus hij@s Salgado Ponce y Salgado Weiler: cito:
“Dicen que hay personas que nacen con estrella y, sin duda, Don Juan Salgado Brito fue una de ellas. De esos políticos de antes, de los que ya no hay y probablemente ya no habrá. De los que entendían que la política no era un campo de batalla o para servirse, sino un espacio para servir, escuchar y conciliar. Porque si algo definía al Doctor, era su capacidad para desatorar cualquier conflicto social que se le pusiera enfrente. Nació para la política, así de sencillo. A Don Juan, la mayoría, sino es que todos, le decíamos ‘Doctor’; y le decíamos así, no por vanidad, sino porque lo que había detrás de ese título era trabajo, estudio y vocación. Era un hombre institucional y disciplinado, pero también profundamente humano. Tenía el don de la palabra, una oratoria impecable y una memoria prodigiosa: saludaba a todos por su nombre, sin importar si era un prominente político, un comerciante o un campesino. Para él todos eran iguales. Quienes lo conocieron saben que el Doctor siempre tenía una frase o anécdota precisa para cada momento. Era estricto, sí, pero con un sentido del humor fantástico. Decía, por ejemplo: ‘En política los golpes duelen más porque no te caes de donde estás, sino de donde crees que andas’. O aquella que soltaba con una carcajada cuando se despedía de ti: ‘Que te vaya bien… en todo lo que no me perjudique’. Y cuando te veía frustrado porqué las cosas no te salían, solía repetir con una gran calma: ‘La política es la ciencia de la paciencia, la constancia y las circunstancias’. Así era el Doctor: un hombre de inteligencia aguda y enorme sensibilidad social. Defensor de la justicia y de las causas más justas, siempre dispuesto a tender la mano a quien lo necesitara. Tenía la rara virtud de ser autoridad sin imponerse y de ejercer el poder sin perder la sencillez. Amaba profundamente Morelos y, sobre todo, Temimilcingo, su tierra natal. Fue un gran hijo, hermano, tío, esposo y padre. Un hombre completo, en toda la extensión de la palabra. Solía decir también que en la oratoria había tres máximas: ‘Pararse derecho para que todos te vean, hablar fuerte y claro para que todos te escuchen, y callarse pronto… para que todos te aplaudan’. Hoy, el Doctor se ha quedado callado, ya no habrá ese apretón de manos, ni el abrazo efusivo que siempre daba al verte. Pero su silencio no es ausencia: es legado. Porque hay vacíos que nadie puede llenar, y este es uno de ellos. En la política, dicen que todos somos reemplazables. El Doctor no. Deja un hueco que se quedará ahí para siempre. Nadie podrá llenar sus zapatos —ni falta que hace—, porque su talla no era política, era humana. ¡Lo vamos a extrañar mucho, Doctor! No está de más decir que esto es a título personal.”
Omar Arizmendi
alefonse@hotmail.com


