El liberal salvaje

Balance del séptimo año del obradorato

02/oct/2025

Regreso a este espacio de opinión y debate, con una breve reflexión sobre el primer año de la administración de Claudia Sheinbaum; en realidad, el séptimo del obradorato. Y el balance, desde mi perspectiva, es muy claro: en estos 12 meses, hemos visto de manera contundente, cómo se termina de configurar la instauración de una autocracia electoral de corte populista. Hagamos el recuento:

Este año la presidenta desapareció casi todos los órganos autónomos (INAI, Cofece, IFT, Coneval, CRE, CNH), trasladó la Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa y logró la colonización total del Poder Judicial mediante una elección fraudulenta e ilegítima. Con estas decisiones, eliminó casi por completo el sistema de pesos y contrapesos, y la rendición de cuentas, concentró todo el poder en su persona y está a un paso de lograr la perpetuación del obradorato en el poder mediante una reforma electoral que garantizará elecciones controladas.

En pocas palabras, tal y como fue concebido por López Obrador, en estos primeros 12 meses asistimos a la destrucción de las bases institucionales de la República democrática liberal. Y todo esto fue posible gracias al respaldo de un Congreso emanado de un golpe de Estado “técnico” que, al más puro estilo del fascismo italiano de Mussolini, convirtió el 54% del apoyo popular en 74% de los escaños, usurpando una mayoría calificada que no consiguieron en las urnas mediante prácticas mafiosas (un hecho clave, que ahora parece haberse olvidado).

De esta manera, sin titubeos, Sheinbaum ha consolidado un nuevo un sistema político por el que nadie votó, más parecido al echeverrismo priísta de los 70s. No fue el “pueblo” el que decidió regresar a la época del partido hegemónico, ni al control de jueces y magistrados, ni a la concentración del poder presidencial y el militarismo. Fue esa “mayoría” espuria al servicio del obradorato y su proyecto transexenal, la que cambió la Constitución y “legalizó” la regresión autoritaria que hoy vive México.

Y para aderezar el asalto al poder, hay que decirlo, la presidenta ha utilizado la misma fórmula populista de López Obrador: la compra de consciencias a partir del reparto indiscriminado de dinero a costa de las instituciones de salud y educación, acompañada de una estrategia discursiva y de propaganda política desde la mañanera, orientada a inocular sistemáticamente a sus seguidores con la narrativa del pobrismo, el nacionalismo y el estatismo.

Ahora bien. Es claro que el proceso de consolidación del nuevo régimen no ha estado exento de “externalidades” que han obligado a la presidenta a realizar ajustes importantes que la apartan del guion establecido por el obradorato.

Por ejemplo, más por presiones del gobierno de Trump que por convicción propia, ha tenido que hacer ajustes de fondo a la política de seguridad y al pacto con diversos grupos del crimen organizado. Lo mismo en materia comercial: las presiones arancelarias del trumpismo han obligado al obradorato a alinearse al T-MEC y acotar el comercio con China y otras regiones.

Mientras que, en materia energética, la profunda crisis fiscal por la que atraviesa la hacienda pública -derivada del saqueo de recursos para financiar la campaña de Sheinbaum y garantizar la compra sistemática del voto- ha obligado al gobierno a “aceptar” la inversión privada en Pemex y en CFE -algo parecido a lo que planteó la reforma estructural de Peña en 2013- para poder sanear las finanzas públicas y garantizar la generación de recursos para mantener aceitadas a las clientelas electorales.

¿Estos ajustes “rompen” con el obradorato? No lo creo. Se trata de cambios que buscan sortear la coyuntura y mantener a flote el proyecto de la 4T. La pregunta, en todo caso, es si la gente, si el “pueblo”, apoya esta aventura autoritaria a la que nos arrastró nuestra propia indiferencia.

Según todas las encuestas, con Sheinbaum pasa algo similar a lo ocurrido con López Obrador: ambos gozan de altos niveles de aprobación acompañados de una pésima percepción sobre el desempeño gubernamental en áreas clave (corrupción, inseguridad, salud, educación, economía).

Lo trágico es que esta disociación entre el líder y los resultados de su gestión, muy común en gobiernos populistas, generalmente se traduce en una amplia indiferencia ciudadana en torno a la política y los asuntos públicos. Ya veremos si los nuevos escándalos de corrupción por contrabando de combustible (“huachicol fiscal”) y los vínculos del “hermano” de López Obrador, con el cártel de La Barredora, logran despertar una mayor indignación ciudadana. Aunque lo dudo.

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Raul Hermosillo
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