RETRATO DE UN AMIGO Y UNA CIUDAD

James

“Nunca vuelves a casa. En realidad, vuelves a un lugar distinto,

aunque sea la misma casa y la misma calle.” — Margaret Mead

Nacimos en 1958, él en Acapulco, yo en el Sanatorio San José, en el barrio de San Francisco, cuando aún no entubaban el río del mismo nombre. Un par de años viví cruzando un puente. Mi infancia transcurriría después en la colonia América Sur y en la colonia Humboldt. Las casas de mis abuelos, en ambas colonias, y el departamento que mis padres alquilaron durante casi diez años, siguen en pie, pero lo que guardaban ya no existe: risas en los pasillos, charlas en la mesa, sueños en las ventanas… Eso sí, conservan el número. Mis abuelos paternos vivían en el 3017 de la calle 18 oriente, nuestro departamento de la 20 oriente llevaba el mismo número, 3017, y cinco cuadras más al sur, en el barrio de El Cristo, en el 3017 de la 8 oriente, vivía mi amigo, mi hermano Jaime, aunque de los 5 a los 8 o 10 vivió en el barrio de Santiago, cuando migró desde Acapulco. En la década de los 50 la ciudad de Puebla empezaba (o terminaba) en la Humboldt, donde estaba el rancho de La Rosa, propiedad de la familia Petersen y en uno de cuyos terrenos se construyó el colegio alemán. Ahí cursamos el pre escolar, bajo la mirada lo mismo severa que indulgente de Frau (señora) Guardia, la primaria, la secundaria, el bachillerato. Entre sus muros conocí y conviví con mis verdaderos hermanos y hermanas. Hoy les contaré de Jaime y no sé, tal vez pronto les compartiré mi incestuoso amor por dos pares de mis compañeras-hermanas de salón. Alguna vez creí en los viajes astrales, cuando la nostalgia comenzó a agujerearme el pecho y el cráneo como una plaga de termitas, cuando me di cuenta de que había extraviado la versión de mí mismo que sólo vivía en aquellos espacios perdidos. No estoy seguro de si alguna vez lo logré o si se trató de un episodio de autohipnosis, pero ahí estaba yo, al mismo tiempo en dos lugares y dos tiempos, en el sofá de mi sala, escuchando la música de la obra de teatro “Man of La Mancha” y en el auditorio de la escuela haciendo el papel de “inkeeper” en nuestra versión escolar de esa obra (en inglés)…entonces, unos segundos, me moví al taller de “radio”, a las clases de dibujo, a las de mecanografía y por último a la clase muestra de carpintería, con mi amigo Jaime que después se convertiría en “James”. Hay afinidades y casualidades, aunque a veces pareciera que el azar no es sino una forma de escritura del universo. Sólo Jaime y yo nos inscribirnos al taller de carpintería de las actividades tecnológicas obligatorias de la escuela, y por lo mismo no se abrió, terminé en “dibujo técnico”, pero mi hermano J pudo seguir cerca de esa actividad pues su papá tenía un taller muy bien montado en su casa. Cincuenta años después adquirí una caladora de ese taller, de manos de Jaime, quien es extraordinariamente bueno para arreglar cosas, se le dan muy diversos oficios, lo mismo la electricidad, que la plomería, la compostura de electrodomésticos… pero también es artista, acaba de terminar una carabela a escala tan detallada que es imposible no quedarse embobado al mirarla. Y la caladora referida, a pesar de tantas décadas, la dejó como nueva; con ella he recortado muchas de las figuras con que adorno mis portallaves… James se marchó a Estados Unidos en 1982, donde estudió trece años: mecánica de mantenimiento, especialista eléctrico en subestaciones, electrónica en la Universidad de Fresno y diversos cursos y diplomados. Regresó a Puebla hace un par de años. Nos dejamos de ver casi cuatro décadas, pues un tiempo vivió en Acapulco, antes de buscar el “sueño americano”, y, sin embargo, nuestra amistad ha superado la prueba de tiempo y la distancia. Hace unos días fuimos a desayunar molotes al centro de la ciudad, entramos a Woolworth, recorrimos el zócalo y algunas calles donde había negocios emblemáticos que ya desaparecieron, recordamos lo mismo nombres de cantinas que de cafeterías y comercios. Nuestra ciudad ya no es la de antes, sus ángeles aparecen, a veces, desplumados y tristes, llovía… y estuve a punto de sentir que estaba al mismo tiempo en dos tiempos, volví a la infancia, a mi adolescencia, sentí la energía de la juventud y el cansancio de la vejez al unísono, la eternidad y la finitud, nuestra vida es fugaz, pero la amistad es el alma que nos habita y estalla en los confines del universo como una galaxia que da sentido al vacío.

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Günter Petrak
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