Mis dos Mentores, con mayúscula

Es inevitable en estos tiempos volcarme para hurgar en mi mente y emociones y develar las grandes influencias de mi formación como ser humano, periodista y luchadora social. Escarbo en mis profundidades intestinas y llego a dos seres, que ya no están en este mundo físico, pero tengo la certeza de que, en mi mundo energético, y para más, cuántico, están vibrantes y presentes; y, en esa dimensión, los leo y desleo.

Estos dos seres fueron hombres en esta vida material; su presencia no fue pasajera, permanecen en mi vida como una constante. Por orden cronológico: Al primero lo conocí en la preparatoria del Colegio Americano en Puebla como alumna; era mi maestro de Ética; catedrático de la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Puebla, el entonces licenciado Alejandro Antonio Carcaño Martínez, que estudió su maestría y después su doctorado, especialista en Derechos Humanos.

Llegó el primer día de clases con tal alegría, frescura y seguridad que a todos los compañeros nos brindó la confianza para abrirnos a su cátedra, y acercarnos sin miramientos a consultarle nuestras crisis existenciales que las sentíamos muy críticas, y él, con su bonhomía, respondía con ligereza y nos libraba del peso del trance, ¡un gran privilegio! Era abierto, llano, sincero, directo y con su risa bonachona, logramos fincar una amistad y simpatía que, a mí en lo personal, me permitió consultarlo de ahí para el real, hasta antes de su muerte.

El otro ser que ha sido y es un gran mentor para mí que en su esencia me acompaña, es Enrique Montero Ponce, gran periodista a quien conocí, precisamente cuando el Maestro Carcaño, que me enseñó el camino a la defensa de los Derechos Humanos con la profundidad y el expertise que sólo él tenía, me contrató para hacerme cargo del programa de defensa de Derechos Humanos de las personas dedicadas a la prostitución en la Administración municipal del licenciado Guillermo Pacheco Pulido. Y me mandó a una entrevista… de ahí ya todo es historia.

Enrique, junto con Aurelio Fernández y Héctor Azar, me conminaron a escribir de manera pública, (desde niña lo hacía, pero mi mamá esculcaba mis libretas y las rompí). Ellos me enseñaron el oficio de contar historias, en centrarme bien en lo que quería decir y buscar las palabras precisas para desarrollar mis cualidades como periodista, ¡lo he hecho bien! 

Gracias a ambos, los tengo presente.

 alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
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