Se llama Juana, así la bautizaron y registraron sus padres en los tiempos que se usaban por lo menos tres nombres para cada persona, por igual mujeres que hombres. Pero no le gusta su nombre, nunca le ha gustado; quiere que la llamen por otro nombre, pero tampoco le gustan los otros dos que tiene, ya que no le dan el nivel que ella quisiera tener.
Nadie sabe en realidad cuál es el nombre que le gustaría tener, o el nivel que quisiera alcanzar; nunca lo ha dicho y quizá ni ella misma lo sabe; en realidad parece que todo lo de ella y lo de otros, le molesta, y todo lo ataca, hasta lo de ella misma.
Juana no es simpática ni agraciada. Sus cercanos no saben si se amargó desde niña por el nombre, o circunstancias posteriores la abatieron, aunque su abuela materna le señaló persistentemente que los atributos de dentro de las personas pueden ser muchos y mejores que se pueden desarrollar, pero nunca entendió.
Juana es fea hasta cuando quiere ser bonita, y amarga cuando quiere ser dulce. Su sentido del humor es lóbrego, su carácter oscuro y hace gala de una mandonería pertinaz que hace que las personas siempre le den la vuelta.
Entre sus amistades hacen apuestas de su padecer, que sin contar con un diagnóstico profesional, se guían por lo que leen y escuchan en redes sociales. Dicen que Juana es una tóxica inversa, porque en lugar de hacer daño y herir a los demás, se hace daño sola.
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