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Hace ya muchos años escribí mi tesis doctoral sobre el impacto de la Gran Depresión, la célebre década de los años treinta del siglo pasado, en la industria mexicana. Desde entonces he estudiado la historia económica y por esa razón me parece intelectualmente fascinante ser testigo de lo que está ocurriendo en esta crisis global que enfrentamos por causa del Covid-19.

En aquella época, el mundo aprendió que crisis de esta magnitud deben ser enfrentadas con toda la fuerza del estado. Actuar con debilidad, tardíamente o con cierta timidez llevó entonces a una depresión económica que se prolongó por todo el decenio, y tristemente sólo la Segunda Guerra Mundial logró sacar del letargo a los países afectadas por la crisis.

Quizás la trance actual sea todavía más cruel y poderoso, pues afecta tanto las fuerzas de la oferta como las de la demanda. Es decir, golpea a empresas y cadenas de suministro, al tiempo que reduce dramáticamente la demanda de bienes y servicios, como el turismo, gasolina, restaurantes y automóviles. La lección de la Gran Depresión fue aprendida y, aunque ambas crisis no son iguales y tienen características enteramente distintas, queda claro que una crisis de tal magnitud reclama la acción decidida de los gobiernos. Y así ha sido. La gran mayoría de las naciones en el mundo desarrollado, en países emergentes y aún en aquellos que apenas están en desarrollo, han tomado medidas de apoyo a las personas, a las familias y a las empresas, grandes y pequeñas, para enfrentar la depresión. Alemania está destinando recursos de toda índole por una magnitud cercana al 30% de su PIB, Estados Unidos sigue aumentando el monto de apoyo y ya rebasa el 14% de su PIB. Países como Chile también están destinando alrededor de 6%. Lamentablemente México es una excepción a ese comportamiento, a pesar de tener la capacidad de hacerlo. Las medidas adoptadas por el gobierno son, en mi opinión,  insuficientes, tardías y no siempre bien enfocadas para tener el mayor impacto por cada peso invertido. La sociedad ya lo resiente.

Desde 2019 veníamos de una recesión económica que ahora se ha profundizado. Promete golpear mucho más fuerte en las próximas semanas y meses. Los pronósticos de desempeño económico para América Latina son de alrededor de menos 5% en 2020. Para México, los pronósticos son mucho peores: van de menos 3 a menos 11%, y hay quienes calculan una caída todavía mayor. 

Ya estamos sufriendo el desplome. Mientras que en todo 2019 se crearon alrededor de 350 mil empleos en México, solamente entre marzo y abril, con las cifras del IMSS dadas a conocer esta semana, hemos perdido más de 686 mil empleos formales. A esos hay que agregar la pérdida de empleos informales que deben ser al menos otro tanto. Seguramente más de un millón 300 mil empleos. La encuesta de la UIA “Encovid-19” (https://ibero.mx/sites/default/files/comunicado_encovid-19_completo.pdf ) , levantada en la primera semana de abril, muestra cifras consistentes con los datos del IMSS, pero aún más alarmantes. Encuentran que entre 5.2 y 8.1 millones de personas perdieron su empleo, fueron “descansadas” o no pudieron salir a buscar trabajo en el contexto de la pandemia. El Coneval estimó que podría haber un aumento de entre 8.9 y 9.8 millones de personas en pobreza de ingresos, una cifra escalofriante, y entre 6.1 y 10.7 millones de personas en pobreza extrema ( https://www.coneval.org.mx/Evaluacion/IEPSM/Documents/Politica_Social_COVID-19.pdf ) por causa de la pandemia. Es una reversión, según muchos expertos, de al menos diez años.

O si se quiere ver desde el lado de la producción, tenemos muchos ejemplos. Además de la catástrofe para la industria del turismo y los restaurantes, están las ventas de las tiendas de autoservicio y departamentales, que se desplomaron 26.9% en abril, o las ventas de autos nuevos, que llegó a su peor nivel en 25 años durante el mes pasado. Y viene mayo, junio, julio… Somos testigos de una crisis histórica y no hay duda que las cosas se van a poner peor antes de mejorar.

Las cifras reportadas ocultan caras, personas con familias que necesitan sustento, empresas que están luchando por sobrevivir. No estamos hablando de números abstractos. Estamos hablando de millones de personas, de carne y hueso, de miles de empresas, cuya existencia va a ser muy complicada ahora y en los próximos meses y años. Uno apenas puede imaginar las consecuencias en criminalidad, violencia, desigualdad, inmovilidad social.  

Por eso no me explico por qué el gobierno mexicano sigue actuando con debilidad, tardíamente y con tal timidez. Hay consensos amplios respecto de lo que se debe hacer. Hay respaldo social y el presidente ya tiene evidencia de lo que está ocurriendo. Pero parece que prefiere simular acciones de gobierno de “gran envergadura” y esperar que la catástrofe, milagrosamente, no llegue a Palacio Nacional.

Por: Enrique Cárdenas Sánchez

Universidad Iberoamericana de Puebla

Puebla contra la Corrupción y la Impunidad

enrique.cardenas@iberopuebla.mx

@EcardenasPuebla

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