Discurso por Simón Bolívar

Discurso en las honras del “Libertador de América” a invitación del comandante Arias Cárdenas

Asisto a esta solemne ceremonia como ciudadano de mi país, sin que medie al respecto, ni representación pública alguna, ni asumiendo  tampoco función o servicio  por parte de la misión diplomática bajo cuyos auspicios se celebra el presente acto conmemorativo, por lo que, en consecuencia, no me ubico de ningún modo en los supuestos punitivos que al efecto contempla el Artículo 37 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.

Asisto investido tan sólo del sentido del deber cívico que me es propio y de la gratitud  personal a la que me obliga la generosa invitación del comandante Francisco Arias Cárdenas a participar en las honras del “Libertador de América” rendidas  con motivo de uno más de sus aniversarios luctuosos.

Asisto, asimismo,  como integrante de un grupo de mexicanos que han decido participar activamente de manera franca y decidida  en la vida pública, inspirados en el hecho de que la consumación de la independencia nacional ha cumplido en fechas recientes dos siglos de vigencia, e integrado por ciudadanos distinguidos y honorables como Luis Gonzaga Benavides IlizaliturriManuel  Senderos BracamonteFrancisco Baeza  VegaArturo Romero Garrido, y Héctor Manuel  Moreno Toscano, entre otros.

En alguna ocasión escuché referir que los Bolibar-Jaureguí, oriundos del municipio vizcaíno de Cenarruza-Puebla, habrían suprimido el sufijo “Jauregui” y alterado la ortografía del apellido asignando una ”V” en la sílaba final, precisamente en esta otra Puebla, en la que me encuentro en estos momentos.

Versión que muy bien pudiera acreditarse al prurito de orgullo un tanto aristocratizante,  propio  de una  ciudad que ostenta abiertamente el raigambre de su  pasado  colonial, y que acaso pretendería encontrar motivo para la ocasión en  la homonimia toponómica del sitio,  sin que, por lo demás, exista evidencia alguna que nos permita constatar el  hecho  en cuestión.

No obstante, la consignación del proceso  de expansión del “Imperio Español de Carlos V”, relatada por el historiador hispanista británico Hugh Thomas, permite hacer de tal versión una afirmación verosímil: “si nos é vero é ben trovato” suelen decir los italianos.

Habrá de recordarse, después de todo, que uno de los fundadores de la Puebla de los Ángeles, el conquistador Diego de Ordaz, quién ascendiera al cráter del volcán Popocatépetl  para extraer el azufre que permitió a Cortés fabricar la pólvora  del asedio a la Gran Tenochtitlán tal y como lo relata Bernal Díaz del Castillo en su “Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España”, hazaña de la que quedara constancia en el escudo familiar concedido por el mismo Carlos V; es, a fin de cuentas, el mismo personaje que  otorga su nombre a la Ciudad de Puerto Ordaz, erigida frente a la convergencia de afluencias del Orinoco y el Caroní.

Hace ya algunos años, recibí una distinción enorme, equiparable acaso a esta que hoy se me dispensa. Disfrutaba en esos tiempos del hecho simple pero no por ello menos  significativo de  compartir el pan y la sal con don Alfonso Taracena, uno de los grandes cronistas de México.

Siendo un hombre que superó la centena, me embargaba un especial orgullo cuando mis colaboraciones coincidían con las suyas en las páginas de la sección editorial de “El Universal”, bajo la dirección de Roberto Rock y Rodolfo Ruiz, diario, de cuya fundación por parte del constituyente mexicano Félix F. Palavicini, fuera testigo el propio Taracena.

Antes de que a las 7 y cuarto de la mañana del jueves  19 de septiembre de 1985 un terrible sismo  alteraría  para siempre la fisonomía de la Ciudad de México y de nuestros propios  corazones, en la inmediación del entonces erguido Hotel del Prado, se extendía un pasaje que desembocaba en la calle de Balderas, y en el que “El Café Italiano”, al unísono de ostentar una placa metálica que recordaba las tertulias que años atrás concitaba la presencia del poeta León Felipe; recibía por esas fechas como comensales al historiador tabasqueño y a los que, como a mí, generosamente aquel recibía en su mesa.

Alfonso Taracena solía referirse a su amistad de años con su paisano, el poeta “bolivariano” por excelencia Carlos Pellicer Cámara,  ambos habrían podido muy bien en la ocasión,  traer  a colación las palabras de Bolívar ante otro sismo igualmente desolador: “si la naturaleza lucha contra nosotros, nosotros lucharemos contra ella y la venceremos”.

Taracena asimismo se refería  asiduamente a las dos magnas obras que le sirvieron de modelo para su libro legendario “Viajando con Vasconcelos”: “Conversaciones con Goethe” de Eckermann, una de ellas, y, de manera por demás destacada el “Diario de Bucaramanga” de Luis Perú de Lacroix.

En tal memorial, el  acompañante de Simón Bolívar no se detiene en los pormenores y     vicisitudes que determinaron la estadía del “libertador” en dicha localidad de la costa colombiana, sería, una centuria después, cuando José Gil Fortoul se dio a la tarea  de  diseccionar la aguda estrategia política que le permitió al “libertador”  imponerse sobre sus adversarios en el Congreso de Cúcuta  que parecían avasallarle, a costa, lamentablemente,  de terminar abriendo un vacío constitucional que, aunado al deterioro de su salud,  terminaría por precipitar su caída del poder e inmediatamente después, ocasionado  su deceso el 17 de diciembre de 1830 mientras remontaba las caudalosas aguas del Río Magdalena.

Perú de Lacroix por el contrario, muestra en grado extremo la más sencilla de las cotidianidades, relatando incluso cómo al “general” le agradaba la comida muy picosa,  condimentada con mucho “ají”  a la manera de  “como se prepara en Bolivia”, se decía en el “Diario de Bucaramanga”.

Nos congregamos hoy con motivo de un aniversario luctuoso más del “Libertador de América”, motivo que, tradicionalmente, suele ser propio de los rituales de la Iglesia de Roma  en tanto que, de manera inveterada, el calendario cívico, honra a los próceres en la fecha de su natalicio.

La imagen que nos ha legado Luis Perú de Lacroix de una persona degustando guisos picosos, se acerca en extremo a la sencilla vida diaria de todos los hombres, antes  que a la sacralidad propia de los santos o al sonido del retumbar de tambores que habitualmente acompaña al recuerdo de los héroes.

El propio Gil Fortoul, tras  expresar  merecido elogio a  Felipe Larrazábal, de quién dice que se equipara en su profundidad de historiador al escribir la  “Vida de Simón Bolívar” con la que alcanzaran Tucídides al referirse a  Pericles, Theodor Mommsem a Julio César o Hipólito Taine a Napoleón; le fustiga, no obstante  por haber creado  una imagen sacralizada  del “libertador”, dificultando así a su juicio, comprender a cabalidad el legado político del prócer.

La travesía de los Andes constituye, a no dudarse, una de las epopeyas más formidables de la historia universal, equiparable en su dimensión épica  a la emprendida por Aníbal con sus elefantes africanos surcando los Apeninos, con la salvedad de que, a fin de cuentas, Escipión resultara a la postre vencedor en aquella contienda, a diferencia de las heroicas huestes llaneras que siguiendo a Bolívar desafiaron las cumbres y las inclemencias del clima.

Hazaña que constituye un episodio  de enorme resonancia épica, reproducido en no pocas ocasiones por cintas de celuloide como la memorable  producción mexicana dirigida por Miguel Contreras Torres y protagonizada por Julián Soler; por lo demás,   fielmente ajustada  en su trama a los acontecimientos históricos que narra;  y ni qué decir de la filmación italiana abundante en personajes y pasajes ficticios con la actuación de Maximilian Schell y Rosanna Schiaffino y en la que la música compuesta por Aldemaro Romero,  resuena con enorme fuerza, vitalidad y armonía; y que, curiosamente culmina con un discurso de carácter estrictamente histórico, en el que el pueblo congregado a celebrar la victoria militar  en las cumbres del Perú, escucha una  arenga  llamándole a continuar la lucha hasta alcanzar  la plena y total  liberación del continente:  

“Pueblo, recordad siempre  vuestros triunfos alcanzados  en los llanos de Apure, de Junín, de Carababo, de Ayacucho, y  estad  dispuesto a continuar la lucha.”

Acaso el canto épico del poeta Quinto Ennio dedicado a  las “Guerras Púnicas”, habría formado parte de las lecturas infantiles que le fueran allegadas a Bolívar  por  su maestro entrañable Simón Rodríguez, y el eco de sus cantos resonaba  en su interior,  al emprender el camino que desembocó en aquella primera travesía que a fin de cuentas condujo a la liberación de todo un continente.  

Legado humano al margen de toda mistificación, que sirve de guía en los días que corren y que nos conducen a buscar acercamientos superando las más graves barreras que podamos al efecto afrontar.

En este año que culmina, imbuido de efemérides por demás significativos, escuchamos en el Palacio de Chapultepec el  pasado 24 de julio  en la voz de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México,  el formidable texto del escritor hondureños avecindado entre nosotros Rafael Heliodoro Valle; páginas escritas con profundidad histórica y con  dominio elegante del idioma, en las que Heliodoro Valle trae a nuestra memoria la elocuente participación de Fray Servando Teresa de Mier que cristalizara en el otorgamiento a Simón Bolívar de la ciudadanía mexicana, concedida en medio de las sesiones del Congreso Constituyente de 1824.

Años atrás, en  1792, el 12 de diciembre para ser precisos,  el propio Fray Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, a partir de las disquisiciones etimológicas del erudito Boturinni, se habría atrevido a expresar que  Nuestra Señora de Guadalupe  no se habría aparecido en estas tierras por primera vez en cuatro ocasiones durante las frías mañanas de diciembre de 1531, sino que su imagen habría sido traída a éstas tierras por Santo Tomás Apóstol; alocución que de manera inmediata fue interpretada por los poderosos del reino como un llamado a la sublevación.

En nada es de extrañarse que el legendario fraile mexicano que había sido conducido con grilletes a España para responder del cargo de herejía ante el tribunal del Santo Oficio,  hubiese impulsado una decisión de tan  magna relevancia histórica y política como es la de haber otorgado a Simón Bolívar la ciudadanía mexicana; Fray Servando tras resultar absuelto de tales señalamientos,  empezó un periplo por Europa que culminaría en Londres, en donde trabó trato con los conspiradores venezolanos cercanos a Miranda y a Bolívar, y desde donde se embarcó con Francisco Xavier Mina para arribar a Soto la Marina en Tamaulipas y continuar la gesta independentista de la “América Septentrional”,  alicaída  tras el fusilamiento del padre Morelos.

Al margen de cualquier consideración de fe, siempre por supuesto del todo respetables, habría que considerar que el único caso de aparición mariana que no es apocalíptica, ni ha sido asociada a la promoción de  oligarquía ninguna , es, precisamente, la que corresponde a la virgen del Tepeyac; imagen que, muy por el contrario, ha acompañado al pueblo de México en todos sus movimientos sociales, desde la independencia hasta la lucha de los sindicalistas agrícolas del estado de California que encabezara el líder méxico-americano César Chávez a partir de los años sesenta de la pasada centuria.

No sólo al parecer tuvieron presente dicha implicación simbólica, tanto Fray Servando Teresa de Mier como el padre Hidalgo. Éste último, seguramente a partir de las consideraciones que le llevaron a escribir su “Verdadero Método para Estudiar Teología”;  sino el mismísimo  Simón Bolívar, tal y como al  efecto lo deja de manifiesto,  la formidable imagen de la Virgen de Guadalupe que adorna los muros de la que fuera su habitación  en la   casa familiar  que hoy por hoy se conserva intacta  en la ciudad de Caracas.

El acervo estrictamente humano del legado político de Simón Bolívar tal y como lo demandara  Gil Fortoul, -autor  de lectura obligada para todo hispanohablante al decir de don Miguel de Unamuno-, estriba en haber  atravesado  con sus tropas las cumbres andinas, así como en haber renovado en Tacubaya el impulso  al congreso anfictiónico asentado originalmente en  Panamá, según nos da cuenta al respecto don Lorenzo de Zavala, uno de los cronistas claves de la geste de nuestra  independencia

Legado que nos conduce, irremisiblemente en los días que corren, a buscar nuevos mecanismos de entendimiento tanto bilaterales entre los diversos países que conforman el área de Latinoamérica y el Caribe, como multilaterales en la región,  dejando de lado a un organismo que nació herido en su legitimidad desde 1948 y cuyos estertores agónicos fueran públicamente expuestos por la cancillería mexicana con motivo de la situación  vivida en Bolivia en años recientes.

Alfonso Taracena aludía mientras degustaba de los alimentos en “El Café Italiano” con aquel jovenzuelo que le importunaba al poema de  Carlos Pellicer dedicado a Bolívar:

Señor: he aquí a tu pueblo; bendícelo y perdónalo.

Por ti todos los bosques son bosques de laurel.

Quien destronó a la Gloria para suplirla, puede

juntar todos los siglos para exprimir el Bien.

Dónanos tu pujanza, resucita la Aurora

que encendiste en los Andes iluminando el mar.

No existen mejores palabras que estas que escribiera Carlos Pellicer  para recordarle el día de hoy en el que le conmemoramos en uno más de sus aniversarios luctuosos.

¡Muchas gracias!

Picture of Atilio Alberto Peralta Merino
Atilio Alberto Peralta Merino
+ Articulos
También puede interesarte

Patrocinadores

Últimas Noticias
Patrocinadores