José Ojeda Bustamante
@ojedapepe
En las últimas décadas México ha logrado un importante avance en el nivel educativo promedio de su población.
Entre 2000 y 2024, el grado promedio de escolaridad de las personas de 15 años y más aumentó de 7.5 a 9.7 años (pasando de primero de secundaria a secundaria terminada en promedio. Esta mejora refleja que las nuevas generaciones están alcanzando niveles de educación superiores a los de sus padres. De hecho, los mexicanos mayores de 24 años hoy tienen en promedio 9.4 años de estudio (de un total esperado de 15), mientras que sus padres solo alcanzaron ~4.5 años.
En otras palabras, los hijos superan a sus padres en cerca de cuatro años de escolaridad, lo cual indica un progreso absoluto significativo en movilidad educativa intergeneracional. Este incremento en años de estudio se debe en parte a la expansión de la cobertura educativa básica: prácticamente todos los niños asisten a la primaria, y cada vez más jóvenes cursan la secundaria y niveles superiores.
La educación media superior se volvió obligatoria en 2012 y, aunque no se ha logrado la universalización total, la matrícula ha crecido sustancialmente. México incluso se perfila para estar entre los 20 países con mayor número de estudiantes universitarios hacia 2035, gracias al aumento de su población estudiantil terciaria en años recientes.
Estos avances ciertamente son esperanzadores: hoy más mexicanos que nunca acceden a la educación media superior y superior, lo cual abre oportunidades de desarrollo personal y movilidad social.
A pesar del progreso en cobertura, sin embargo, la movilidad educativa relativa en México sigue siendo limitada. Las oportunidades educativas de los jóvenes aún dependen fuertemente de las condiciones socioeconómicas de sus hogares de origen. En particular, los nacidos en hogares pobres tienen dificultades para alcanzar la educación media superior o superior, mientras que la educación superior sigue concentrada entre quienes provienen de hogares de nivel socioeconómico medio-alto.
Los datos lo demuestran de forma contundente: la tasa de deserción escolar entre los jóvenes es mucho mayor en los hogares de bajos recursos (alrededor del 20% de los adolescentes de 12 a 18 años en hogares pobres abandona la escuela) frente a solo un 5% en hogares ricos. Incluso, si los padres no terminaron la primaria, más de 30% de sus hijos adolescentes dejan la escuela, mientras que cuando los padres son universitarios la deserción de sus hijos es menor al 3%.
Estas brechas ilustran cómo la herencia educativa influye: el nivel educativo de los padres condiciona en gran medida el logro educativo de los hijos. Según el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY), la transmisión intergeneracional de la educación es alta –las ventajas o desventajas educativas se siguen heredando en alrededor del 30%– lo que mantiene baja la movilidad relativa
Además, existen diferencias regionales: en el norte del país la movilidad educativa es mayor (la desigualdad de logro educativo entre generaciones se ha reducido notablemente allí), mientras que en el sur las desventajas tienden a persistir más de padres a hijos.
En esencia, si bien cada generación está más escolarizada que la anterior, no todos avanzan al mismo ritmo. Los jóvenes de contextos privilegiados acceden y terminan estudios superiores con mucha más facilidad que aquellos de entornos vulnerables, perpetuándose así la desigualdad de oportunidades.
Ahora bien, el nivel medio superior (preparatoria) se ha convertido en el gran filtro de la movilidad educativa en México. Históricamente, la mayoría de los mexicanos concluían solo la educación básica; hoy, aunque más estudiantes ingresan a preparatoria, una proporción preocupante no logra terminarla.
Las cifras oficiales reflejan que apenas la mitad de los jóvenes logra completar la educación media superior en algunas regiones del país. El abandono escolar en este tramo es crítico: factores económicos, necesidad de trabajar, embarazos adolescentes y rezagos en aprendizaje llevan a muchos a dejar la escuela a los 15-18 años. Como vimos, ese abandono golpea mucho más a quienes provienen de familias con menos educación y recursos.
Las consecuencias son profundas, pues no concluir la preparatoria limita severamente las opciones de empleo formal y las posibilidades de continuar a la universidad. Por otro lado, el acceso a la educación superior también refleja disparidades marcadas. Si bien la matrícula universitaria ha crecido, son pocos los jóvenes de bajos ingresos que logran llegar a la universidad.
Hoy en día, un joven nacido en pobreza extrema en México tiene muchas menos probabilidades de obtener un título universitario que alguien nacido en cuna acomodada. Estas brechas educativas se traducen después en brechas de ingreso: por ejemplo, los hogares con jefe profesional ganan en promedio varios múltiplos de lo que gana un hogar cuyo jefe apenas terminó la primaria. El panorama actual, entonces, presenta un doble desafío: lograr que más jóvenes concluyan al menos la educación media superior y democratizar el acceso a la educación superior. Ambos pasos son indispensables para que la educación cumpla su papel de ser el gran igualador social.
A pesar de las brechas señaladas, el horizonte es esperanzador si se toman las medidas correctas. Los expertos coinciden en varias estrategias clave. En primer lugar, fortalecer la educación pública en calidad y cobertura es fundamental para que el origen socioeconómico pese menos. Mejorar el desempeño de la escuela pública –especialmente en zonas marginadas– y reducir el alto abandono en la educación media superior tiene un impacto directo en elevar la movilidad social educativa.
Esto implica invertir más recursos: se propone elevar gradualmente el gasto público en educación (actualmente alrededor de 3.2% del PIB, por debajo de lo recomendado) para expandir servicios e infraestructura donde más se necesita.
Otra medida son los programas de becas y apoyos también juegan un rol importante. En años recientes, el gobierno ha implementado becas universales para estudiantes de preparatoria (como las Becas Benito Juárez) y ampliados apoyos en nivel superior, con la intención de aliviar cargas económicas que provocan deserción. Si bien estas becas han aumentado, es importante asegurarse de que realmente se utilicen para sostener la permanencia escolar.
Adicionalmente, es fundamental crear sistemas de alerta temprana de abandono en bachillerato: identificar a los estudiantes en riesgo (por bajas calificaciones, inasistencias o problemas económicos) para brindarles tutoría, orientación y ayuda financiera antes de que dejen la escuela.
En esencia, desde las antípodas, considero que una educación, bien apoyada, puede ser la gran palanca para que las próximas generaciones de mexicanos escalen la escalera social con esperanza y certeza.