Por:Atilio Alberto Peralta Merino
Carlos de Sigüenza y Góngora legó la formidable crónica del motín del 8 de junio de 1692 en el que la población prendió fuego al Palacio de los Virreyes, conservándose su archivo en medio del tumulto, gracias a la entereza y heroísmo del propio cronista quién arriesgo de vida y seguridad para preservar de las llamas el acervo en cuestión.
Las torrenciales lluvias de la temporada , aunadas a la plaga del “chahuixtle” y a la especulación comercial de no pocos acaparadores; diezmaron las cosechas orillando a la hambruna a la población que fue sometida en su ímpetu por la fuerza pública a cargo del comisario de la plaza Antonio Deheza y Ulloa, oriundo de Huejotzingo y quién años más tarde sería designado gobernador de la Nueva Vizcaya y fundador en 1709 de la Villa de “San Francisco de Cuéllar”, hoy conocida con el nombre de Chihuahua.
Al unísono de que en la capital virreinal sucedían acontecimiento de tal magnitud, en la Ciudad de Puebla, el sucesor diocesano de Juan de Palafox y Mendoza, Manuel Fernández de Santa Cruz, implementó una política de compra y acumulación de grano y venta subsidiado del mismo a bajo precio entre la población que permitió en la zona bajo se jurisdicción paliar la crisis que azotó en aquellos momentos a la Nueva España .
La influencia certera del obispo , encargado entre otras cosas de concluir la edificación de la Catedral Angelopolitana , permitió que fuera desplegada una atribución, vigente al menos , desde la expedición de las Ordenanzas de Población de Felipe II: los ayuntamientos tenían entre sus instancias administrativas a las denominadas “lonjas de comercio” cuya atribución estribaba, precisamente, en implementar mecanismos de comercialización tendientes a garantizar el abasto público.
De suerte y manera tal que Manuel Fernández de Santa Cruz , como bien puede apreciarse, no sólo propició que, en Puebla , durante los oficios catedralicios se conocieran los villancicos escritos al efecto por Sor Juana Inés de la Cruz.
Valdría la pena, por cierto, dilucidar sobre la música que acompañaba las letras de los mismos, en las que se llegaban a entremezclar estrofas en náhuatl, en italiano y en la jerga usada por los esclavos provenientes de África, siguiendo en ello un modelo experimentado por Luis de Góngora y Argote quién plasmaba expresiones de moriscos y sefardíes.
Cánticos como el se estrenó en la Catedral de Puebla con motivo de la natividad de cristo en 1878 que se atribuye a Sor Juana con una letra por demás formidable:
“Entre amorosos raudales
en lágrimas derretido
llorando el Sol ha nacido
vertiendo fuego en cristales
quiere con diluvios tales
abrasar la tierra helada”.
Villancicos cuyo acompañamiento musical, bien pudo ser compuesta por el artista de cámara de la designado por el propio Obispo Santa Cruz como fue Manuel de Zumaya, – el hombre que heredó el cargo de Juan Gutiérrez de Padilla, o bien por la propia Sor Juana; después de todo, nuestra “Décima Musa” escribió un tratado sobre teoría musical extraviado al día de hoy, llamado “El Caracol”, en el que, al parecer, sigue los lineamientos plasmados por Piero Cerone en “Melopeo y Maestro”, obra ésta última cuyo ejemplar consta en el acervo de la “Biblioteca Lafragua”, descubierto por un investigador de gran talento como es Gustavo Mauelón.
No está de más recordar, dicho sea de paso, que el gran mecenas de Cerone fue Pedro Fernández de Castro, Conde de Lemos y Virrey de Nápoles y que también lo fue de Miguel de Cervantes Saavedra, dirigiendo a éste la última misiva de su existencia, unos cuantos días antes de expirar tan lamentablemente como el propio “Caballero de la Triste Figura”.
Ahora que nos acercamos a un efeméride por demás significativo como es el que concierne al medio milenio de la fundación , valdría la pena que los esfuerzos se dirigieran a rescatar y divulgar la bibliografía fundamental de la historia de Puebla, tal y como sería la olvidada biografía del Obispo Manuel Fernández de Santa Cruz y Sahagún escrita por su contemporáneo Fray Miguel de Torres, y quién concluye su hagiografía señalando que el corazón del obispo se conserva como reliquia en el Convento de Santa Mónica de la propia Ciudad de Puebla.
No es poco lo que se ignora sobre la historia de la Ciudad y el enorme caudal de documentos de auténtico relieve que han sido empolvados y destinado a un olvido general, la relevancia del Obispo Santa Cruz es tan sólo una muestra de ello , sacudir tal olvido debería movernos a reflexiones serias y al de rescate de nuestra memoria.