Los animales son mejores

Es un cachorro grande, juguetón, alegre, pero lo tienen descuidado y lo maltratan. Siempre juega con mis perros cuando se encuentran; no se deja acariciar, pero acepta los premios que le comparto, no los toma de mi mano pero sí del suelo y se los come.

En alguna ocasión le pregunté a un señor si el perro era de él, me dijo que sí. Le comenté que el perro era muy bonito y juguetón, pero que estaba muy delgadito y se veía desnutrido; le inquirí si lo alimentaba bien, de manera falsa dijo que sí; le sugerí que quizá le hacía falta una desparasitada. Me dio el avión y dijo que se la daría.

Nos volvimos a encontrar con el perro y se veía igual: flaco, juguetón y con hambre. Ese día se correteaba con los míos; juegan bonito, pero el animal me da pena porque en su mirada hay una combinación de tristeza de vida con alegría del momento; con destellos, pero también sombras, y no soporto ver a un animal en esas condiciones. Ni modo, para mí los animales son mejores.

Una señora, vecina del perro que barría la calle, dijo que no lo alimentaban; –“Se nota”, respondí–, que escuchaba cómo le pegaban y le gritaban cuando lo metían a la casa, y que lo dejaban afuera, aún en invierno.

Para la suerte o desgracia del animalito, –porque nunca sabes cómo van a reaccionar las personas–, salió una señora mayor con un palo y le empezó a pegar al perro para que se metiera a la casa. Le dije que no le pegara, que era maltrato animal y que, si no sabía, los animales tienen derechos. Respondió que no me metiera en lo que no me importa, que ella no podía dormir con el ladrido del perro. Contesté que el perro no estaba ladrando, que era un perro casi mudo, y que estaba jugando; que no era la única vez que veía que lo maltrataban y que también se notaba que no lo alimentaban ni atendían con veterinario.

Salió la hija, me dijo que el perro no es de ellas; respondí que es del esposo de su mamá. Tuvo que responder que sí, guardó silencio, se dio la media vuelta y se metió a su casa, convenciendo a su mamá que se metiera mientras le gritaban al perro para que entrara también. Pero el perro no obedecía, estaba feliz jugando y correteándose con los míos; ya para irnos, el perro nos siguió buen tramo.

Han pasado cinco días y no he vuelto a ver al perro; no sé si lo tengan encerrado, se lo hayan llevado a otro lugar o algo peor, se hayan deshecho de él.

Toda mi vida he amado a los animales; pienso que son sobradamente mejores que los humanos. Me duele que los maltraten y descuiden. No es la primera bronca que me echo por un animalito maltratado. Pero me duele más pensar en que quizá les hago un mal al defenderlos, porque algunas personas creen que los animales son cosas y no vida; y se desquitan con ellos como si fueran culpables de tener derechos y que haya alguien que se los recuerde, y quizá abusen de estos seres indefensos de forma por demás ignominiosa.

Ya no veo al pequeño, y no sé si, si por quererle hacer un bien, le hice un mal…

alefonse@hotmail.com

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Alejandra Fonseca
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