Uno de los mayores retos a los que se enfrenta nuestra democracia, es que no tenemos una base común de hechos
Barack Obama
Una de las muchas fallas de nuestra cultura política es la tendencia a satanizar las negociaciones, los acuerdos y el consenso, cuando estos son los instrumentos para consolidar la democracia. El PAN así lo entendió desde su origen. Propuso el cambio civilizado y conforme a la ley, cuidando la estabilidad y avanzando paulatinamente mediante reformas cada sexenio, preparando a la ciudadanía para que fuera el sujeto protagónico.
En eso consistió la propuesta de Manuel Gómez Morin a José Vasconcelos en 1928 para que su movimiento no se diluyera. Ese también fue su propósito cuando fundó el PAN en 1939. Era una decisión arriesgada, se le llamó “mejorismo” o, poéticamente, “brega de eternidad”. Podría haber sido una simple farsa para legitimar al partido hegemónico o un intento iluso que nunca hubiera dado resultados. Hubo largos periodos en los que sobrevivió gracias a la mística de su militancia. Destaco dos momentos cruciales.
El acuerdo de Gustavo Díaz Ordaz y Adolfo Christlieb, al asumir este la presidencia del partido. El pacto era muy simple, a cambio de apoyar las iniciativas benéficas para México, el gobierno reconocería los triunfos panistas obtenidos en las urnas. Se crearon los diputados de partido que abrió la participación política. De 1962 a 1969 se reconoció el triunfo del PAN en 17 municipios, entre otros, Hermosillo y Mérida. Con el movimiento de 1968 y las cuestionadas elecciones de Yucatán en 1969, el acuerdo concluyó. El valor de Christlieb para negociar marca un fuerte impulso a nuestra transición democrática.
El segundo momento fue en 1988. Ante la inminente toma de posesión de Carlos Salinas de Gortari, Acción Nacional publicó un documento señalando que el gobierno se legitimara en el ejercicio del poder, haciendo una serie de reformas. El nuevo gobierno aceptó. Pueden señalarse muchas fallas de Salinas, pero, de haber sido presidente Cuauhtémoc Cárdenas, la banca no habría regresado a manos privadas, no se habría firmado el TLC ni se habría terminado el reparto de la tierra. Seguramente tampoco se habrían realizado las reformas políticas que, gracias al PRIAN, permitieron la anhelada alternancia en el ejercicio del poder.
El punto culminante del PRIAN fue en 1998 cuando se reconoció en el presupuesto la deuda adquirida por el Fobaproa. En política, hay dos principios ubicados en los extremos: “Hágase justicia aunque perezca el mundo” (Trajano, (53-117 d. C.) y “El fin justifica los medios”, frase escrita por Napoleón cuando leía El príncipe de Maquiavelo.
El PAN propuso la creación del actual IPAB y se hicieron auditorías para fincar responsabilidades por los créditos otorgados por la banca sin las debidas garantías. Formé parte de la legislatura en que se aprobó y estoy convencido que se le hizo un gran servicio a México. Las consecuencias de un rechazo habrían provocado un desastre mayúsculo a nuestras finanzas públicas y privadas.
El PRIAN concluyó en 2017 en el Estado de México, dando paso al PRIMOR. Peña Nieto y López Obrador pactaron el triunfo de Alfredo del Mazo con un fraude electoral ya documentado, sin ningún reclamo ni impugnación de Morena. Ni siquiera simples acciones para simular la protesta. El posterior pago de Peña fue crear un expediente para deteriorar la candidatura del PAN a la presidencia.
López Obrador dice que todo se ha hecho mal. En un acto de honestidad, debería reconocer que gracias a esos acuerdos pudo llegar, mediante el voto, a la presidencia. Y, en un acto de congruencia, dado su señalamiento de que el Fobaproa es el más grave saqueo al pueblo de México, cancelar la partida de los recursos asignados al IPAB. De hacerlo, con toda certeza, continuaría destruyendo a México.
El periodo del PRIAN fue positivo. El PRIMOR en cambio es amenazante, lo acontecido el martes 12 en el Senado nos da la pauta.
Por: Juan José Rodríguez Prats