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El hombre sería mejor cuando se le muestre cómo es
Chejov

Alonso Lujambio, un estudioso serio de la política mexicana, clasificaba a los líderes en tres clases: 1) los que duermen a pierna suelta porque no tienen principios, 2) los que teniéndolos, no los confrontan con la realidad e igualmente duermen tranquilos y 3) los que al final de cada día cotejan sus actos con sus principios y no concilian fácilmente el sueño. Requerimos de estos últimos: de quienes se empeñan en ser mejores cada vez, de quienes no cesan de autocriticarse con rigor, de quienes entienden las enormes dificultades que exige la congruencia, pero no por eso desisten de asumirla en plenitud.

Angustian las palabras de nuestro presidente: “No me quita el sueño ningún problema porque estoy atendiendo todo lo que pueda significar un daño a la población, todo el tiempo estoy atento, atendiendo para que se puedan enfrentar los grandes y graves problemas nacionales. Por eso estoy tranquilo con mi conciencia, que eso es muy importante, yo creo que es lo principal para poder dormir. Cuando se atienden los problemas lleva uno ventaja. Problema que se soslaya, como se dice coloquialmente, estalla”.

Un caso típico de las buenas conciencias de las que escribía Carlos Fuentes. Efectivamente, López Obrador atiende los problemas pero no los resuelve. Todos nos percatamos de cómo soslaya los problemas, no escucha. Los malos resultados en todas las políticas públicas fueron advertidos a su debido tiempo por analistas y expertos. Lo mismo en economía, seguridad, que en salud, educación, todas las advertencias fueron descalificadas por provenir de sus “adversarios y malquerientes”.

El primer deber de un funcionario es ser conservador. Es decir, preservar lo mejor que se pueda lo que se le ha entregado para su custodia y cuidado y, si es posible, mejorarlo. No es el caso. Acierta el presidente cuando afirma que estamos en decadencia, pero lo malo es que, desde su elección, esa decadencia se ha profundizado. La realidad no puede ocultarse.

Goethe afirmaba que prefería la injusticia al desorden. Efectivamente, es difícil hacer compatible la justicia y el orden. Puede darse lo segundo y carecer de la primera. Pero en el desorden –eso es evidente– no puede haber justicia y ese es nuestro caso. El resquebrajamiento de la gobernabilidad es cada día más grave, con las desastrosas consecuencias en todos los ámbitos de la vida nacional.

El orden se encarga a instituciones y se sustenta en leyes. Si ambas son atropelladas y se ponen en manos de incompetentes los resultados serán negativos. Designar colaboradores con un 10% de dudosa capacidad y 90% de una aún más dudosa honestidad, es deteriorar la administración pública. Los perjudicados, evidentemente, somos los usuarios de los servicios públicos que el Estado debe otorgar. Por eso se definen perfiles para cada cargo y se señalan requisitos en las leyes orgánicas de cada dependencia. Ambas exigencias han sido ostentosamente desobedecidas.

Lo más grave es que no es cuestión de ideologías, sino de actitudes y aptitudes las cuales son muy difíciles de corregir. La primera es “la manera de estar alguien dispuesto a comportarse u obrar” y la segunda es “la capacidad de una persona o cosa para realizar adecuadamente cierta actividad, función o servicio”.

No es nuestro afán insistir en el comportamiento del presidente. Sin embargo, él mismo se encarga todos los días de tener al pueblo de México en un permanente desasosiego y a la opinión pública crispada y encorajinada por sus ocurrencias, agresiones y decisiones. Características no propicias para el bienestar y la confianza.

Con buena fe a quien sin duda ha hecho una de las más grandes hazañas política de nuestra historia, le sugerimos cambiar de actitud y de aptitud para utilizar mejor su tiempo, analizar cada área, evaluar objetivamente a sus colaboradores y corregir el rumbo.

Todavía es tiempo.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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