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Todo por durar se gasta
Refrán yucateco

Después de participar en el movimiento de 1968 y de un efímero coqueteo con las filas comunistas, me afilié al PRI (1970). Tuve el apoyo, generoso y definitivo, del gobernador de Tabasco, Mario Trujillo García. A los 27 años fui presidente estatal de ese partido. Durante 24 años mi carrera fue ascendente hasta ocupar una diputación federal (1991-94). Participé en los debates sobre las grandes reformas de entonces y me sentí merecedor a ser postulado como senador. Todos los jerarcas, verbalmente, me apoyaron. Debo anotar la actitud honesta y leal de María de los Ángeles Moreno quien no era tan optimista. Al no ser postulado, renuncié en la tribuna de la Cámara de Diputados (1994). Sin que nadie me invitara (como sí lo hicieron otros partidos), toqué las puertas del PAN, abiertas con generosidad por Carlos Castillo Peraza y Gabriel Jiménez Remus. Esta es la más acertada decisión de mi vida política.

Además de ser una entidad de interés público, por los antecedentes relatados, puedo abordar el tema. El PRI no ha sido un auténtico partido político. Su mayor reto es convertirse en uno, parte de un todo, y donde manden sus militantes. Surgió desde el poder, no desde la ciudadanía, fue concebido, según Luis Cabrera, como una solución emergente y perentoria. El autor de la famosa frase pronunciada por Plutarco Elías Calles, “Pasemos del país de caudillos y hombres indispensables al país de leyes e instituciones”, es de José Manuel Puig Cassauranc, quien lo definió como “Un sistema transitorio que se alargó por culpa de todos”. Adolfo Ruiz Cortines, más lacónico, decía: “El PRI es un traje a la medida del pueblo de México”.

Para entenderlo debemos recordar sus reglas no escritas, producto de una añeja cultura política; las más importantes: 1) “El presidente manda”, 2) “En caso de duda, consúltese la regla 1”.

Le endilgaron muchas calificaciones, pero Octavio Paz dijo: “Si el PRI permite la transición a la democracia con estabilidad y sin violencia, se habrá salvado del veredicto de la historia”.

Además de muchos otros factores, el PRI es parte de lo que podríamos denominar una hazaña política con todo y que nuestra democracia deja mucho que desear.

Me parece que se ha juzgado con mucho rigor a tres periodos de nuestra historia: la Colonia, el Porfiriato y el Príato. El México de hoy, con sus luces y sombras, en mucho se forjó durante lo ahí acontecido.

Grandes mexicanos pasaron por las filas priistas. Los gabinetes de los gobiernos recientes no les llegan ni a los tobillos a los que tuvieron los presidentes de 1929 al 2000. Sus gobernadores fueron mucho mejores que los de los últimos lustros. Requeriríamos muchos artículos para describir sus aciertos y sus errores, pero el saldo es positivo.

Por eso no merece el final que se prevé. Terminar cooptado por el poder sería contrario a toda su trayectoria. Me sorprende que sus políticos profesionales (su mejor activo) no se hayan manifestado. En contraparte, un conjunto de gobernadores, con un tufo penetrante a consigna, han brindado su apoyo al más descalificado de sus candidatos.

Desde luego, no soy el indicado para señalar cómo debe votar el militante priista, pero por la gratitud que le guardo y porque sería dañino para nuestra deteriorada vida pública, sí considero mi deber señalar el peligro.

La crisis de los partidos la padecen todas las democracias, así ha sido siempre. Desde la lucha de Mario y Sila en la antigua Roma, a los que se considera como sus creadores más remotos, los órganos de participación ciudadana han tenido malas relaciones públicas.

México no se beneficia con la extinción de instituciones que han sido útiles a pesar de sus fallas. La pulverización de la política contribuye a la concentración del poder que, estoy seguro, es hoy la mayor amenaza a nuestra democracia.

Por: Juan José Rodríguez Prats

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