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Durante medio siglo, desde que se aplicó ¿milagrosamente? en Chile mientras La Moneda aún humeaba, el neoliberalismo ha sido la ideología global dominante. Gracias a Reagan y a Thatcher, y a sátrapas gringófilos como Pinochet, el neoliberalismo arraigó no solo como un modelo económico sino como uno político en sí mismo, en el cual el poder lo concentrarían no los estadistas que antes habían conducido al mundo a la catástrofe ni los nuevos representantes populares surgidos directamente de las barricadas de la Segunda Guerra Mundial pero los expertos, los especialistas educados en las mejores universidades que ajenos a las intrigas palaciegas sabrían administrar eficientemente los países.

Los Chicago boys llevaron a la práctica una auténtica revolución económica que luego se replicaría en Bolivia, en el Reino Unido, en Estados Unidos; globalmente. En una época dominada por el keynesianismo, los alumnos más avanzados de Milton Friedman proponían pasar de las economías planificadas a las de mercado; privatizar las empresas estatales; fomentar el libre tránsito de capitales, mercancías y servicios. En suma, abogaban por dejar en manos de particulares el mayor número de actividades económicas posible y reducir al Estado a su mínima expresión, al papel minúsculo de facilitador.

Para enfrentar la crisis económica derivada de la pandemia de COVID-19, la más importante desde el cran del 29, sin embargo, los gobiernos de (casi) todo el mundo han adoptado o prevén adoptar medidas de emergencia opuestas a la ortodoxia neoliberal como la estatización de la economía, la nacionalización de empresas o el cierre de mercados, negocios y fronteras. Los dogmas neoliberales, el rigurosísimo equilibrio fiscal, la mesura en el gasto público y en la contratación de deuda, han saltado por los aires a la velocidad de un estornudo; el tory Boris Johnson he tenido que aclarar que no es comunista… aunque lo parezca.

La crisis del neoliberaliso se observa en toda su magnitud en el sector salud: los defensores de la destrucción de la salud pública, los aplaudidores de aumentar la rentabilidad hospitalaria a costa del número de camas, de la subrogación de los servicios sanitarios más básicos o de la mercantilización de los insumos más indispensables, lo cual, dicho sea de paso, ha conducido a que el precio de un ventilador mecánico se haya multiplicado diez veces por la maldita demanda, han debido tragarse el sapo de la intervención in extremis de papá Estado.

Pepe Mujica lo entiende todo:

“Ahora que las papas queman todos se acuerdan del Estado: ‘¡El Estado tiene que tomar medidas!’; pero cuando quieren hacer plata: ‘¡Que no se meta el Estado, por favor!’”

El coronavirus ha exhibido las limitaciones del supuestamente infalible modelo neoliberal; nos ha demostrado que el Estado no puede ser sustituido por el mercado, que nuestra seguridad, “no puede depender de sus efectos desquiciantes” (Atilio Borón dixit).

En la hora crítica, ¿dónde ha quedado el credo thatcheriano, según el cual no existen sociedades sino individuos? ¿Dónde, la falacia de que los empresarios son los grandes creadores de la riqueza? ¿Dónde, la prodigiosa mano invisible y el bendito orden espontáneo del mercado?

El microscópico pinche bicho será el catalizador que precipite el fin de un modelo que desde hace tiempo viene mostrando signos irreversibles de fatalidad.

Por: Francisco Baeza

Por IsAdmin

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