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Desde la perspectiva de la ética el hombre es una tarea
Marcelo Ramírez Ramírez

Un gobernante está obligado a un permanente ejercicio de congruencia; a tener claras intenciones y cómo realizarlas; a medir las consecuencias de sus actos y evolucionar conforme la realidad se lo indique. Es una racionalidad elemental que, para desgracia de los pueblos, no corresponde a la actitud de los hombres en el poder.

Estamos viendo el deterioro paulatino de la forma de hacer política. Las inconsistencias, desvíos y contradicciones en el desempeño de nuestro presidente cada día son más evidentes. Me referiré a la que, para mí, es más preocupante.

López Obrador se ha referido al desempeño ejemplar de Antonio Ortiz Mena como secretario de Hacienda, inclusive sugiere repetir la forma en que se manejó la economía durante los dos sexenios que estuvo en el cargo. Permítanme hacer un poco de historia.

Tuve el privilegio de entrevistar en tres ocasiones a don Antonio. Lo primero que me relató fue un desayuno con el presidente Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos, un día después ser ungido como candidato. López Mateos y Ortiz Mena habían sido los finalistas en la decisión de Ruiz Cortines para elegir sucesor. En ese desayuno, con su peculiar estilo, su sabiduría de autodidacta, su larga experiencia, su pragmatismo, el político veracruzano diseñó lo que se denominó “desarrollo estabilizador”. Con otro gran mexicano, Antonio Carrillo Flores, operó en 1954 la más inteligente devaluación en nuestro país: la paridad de ocho pesos por dólar se elevó a 12.50, que se mantuvo por 22 años. Don Adolfo deslindó la economía de la política. La primera se manejaría desde Hacienda y la segunda desde la Presidencia. Ese elemental principio permitió alcanzar niveles de desarrollo económico por varios lustros, inclusive con el mejoramiento del poder adquisitivo. El principio es sencillo: la política es veleidosa, la economía es de certidumbre y percepción.

En uno de sus primeros acuerdos, me platicó don Antonio y después lo relata en diversos medios, el presidente López Mateos le sugirió que asumiera la presidencia del Banco de México. Le respondió que Rodrigo Gómez era una garantía al frente de esa institución porque no aceptaba órdenes de nadie, incluido el presidente de la República.

Durante todo el sexenio era frecuente, cuando le hacían alguna solicitud, que el presidente dijera: “Eso no me lo autoriza el secretario de Hacienda”. Se platica que, al decidir sucesor, alguien le sugirió a Ortiz Mena, a lo que respondió: “Me negó muchas de mis peticiones”. Ese fue el argumento para descartarlo.

Debo hacer una obligada acotación. Don Antonio reconoció la influencia de su paisano, Manuel Gómez Morin en el diseño de la autonomía del Banco de México e, incluso, su admiración cuando en 1927 don Manuel renuncia a la Junta de Gobierno de esa institución, al haberse distorsionado sus fines de banco central en el gobierno de Plutarco Elías Calles.

Volviendo al presente, ha sido evidente la confrontación de AMLO con diversos sectores y sus palabras me alarman: “Ayer vi el informe del Banco de México y hasta opinan más de la cuenta, hasta se quieren meter en el manejo de la política económica que nos corresponde a nosotros, hasta recomendaciones de otro tipo”. Ahí está la inconsistencia, su rechazo a cualquier crítica. Si a lo anterior agregamos la debilidad de Arturo Herrera en la Secretaría de Hacienda, se puede concluir que, en su afán de concentrar poder, no acepta y deteriora contrapesos de toda índole, lo cual nos hace más vulnerables en tiempos de turbulencias mundiales y daña nuestra ya precaria gobernabilidad.

Los griegos hablaban la hibris, una enfermedad que consiste en alejarse de la realidad. Se traduce como desmesura.

Con todo respeto, me atrevo a sugerir al señor presidente un ejercicio de honestidad, hacerse una sola interrogante: ¿y si en algo sus adversarios tuvieran razón?

Por: Juan José Rodríguez Prats

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